
COLUMNAS
Bioética para caminantes #5
Detrás de las paredes:
¿Y si hubiera algo después de la muerte?
Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal.
Jorge Luis Borges, El inmortal
Llama la atención en la producción de textos actuales sobre la muerte que, muy raramente, se aborda el tema del después. Esto marca una diferencia importante con la literatura de los siglos pasados, en la que difícilmente podríamos encontrar un texto filosófico con el título “Muerte…” que no fuera seguido de “…e inmortalidad”. Como pacientes y como equipos de cuidados paliativos, tenemos nuestra propia perspectiva, nuestras propias esperanzas o desesperanzas sobre el más allá. ¿Equivale la muerte a la aniquilación? ¿Qué evidencia tenemos de ello o de su contrario?
Una de las características de nuestro tiempo es la insistencia en vivir solamente el “ahora”, pero aunque es cierto que no podemos vivir sino en el presente, no lo es menos que el presente no puede ser vivido sino como fruto del pretérito y anticipación del futuro, es decir, vivir implica proyectar el futuro.
Pero, en el caso de que la vida fuera indestructible, ¿para qué ser inmortales?
Los deseos nos dan una razón para seguir vivos. ¿Qué nos hace desear la vida? ¿La perspectiva de nuestros logros profesionales? ¿De ver crecer a un hijo? ¿De disfrutar de unas vacaciones únicas? Sea cual sea nuestra respuesta, estos son deseos agotables. Al cumplirlos, perdemos interés en ellos y, si fuéramos inmortales, parece probable que con el tiempo nos desanimaríamos y la satisfacción interminable de estos deseos nos llevaría al aburrimiento. ¿Es deseable, entonces, la inmortalidad?
Algunos pensadores argumentan que sin la muerte, que nos marca un límite para terminar nuestros proyectos, no nos sentiríamos motivados a hacer nada y viviríamos una vida llena de apatía e indiferencia. Otros sostienen que una vida humana inmortal carecería de trama o sentido, como una novela sin final. Además, la certeza de la inmortalidad, ¿no nos quitaría capacidad de compromiso con las realidades tangibles y presentes?
Pero, ¿y si algunos de nuestros deseos fueran inagotables?
Al menos algunos de nuestros deseos pueden ser inagotables, por ejemplo, el deseo de adquirir conocimiento y de vivir en un mundo justo. Cuando Sócrates es condenado a muerte injustamente, se pregunta por el mundo que viene después de la muerte. En la Apología de Sócrates, Platón recuerda que su querido maestro afirmaba que en el supuesto de que la muerte sea, por así decir, un viaje a otro mundo, esto tampoco sería un mal. En ese mundo post mortem, dice Sócrates, podríamos encontrarnos con verdaderos jueces y con personajes tales como Hesíodo y Homero, los grandes sabios de Grecia. Y si de esto se trata morir, entonces, dice Sócrates, “estoy dispuesto a morir muchas veces, si esto es verdad”¹. La muerte se presenta, entonces, como una posibilidad de encuentro y reencuentro con los que ya han muerto y son sabios y justos. Así pues, el morir constituye para Sócrates no sólo una esperanza sino también una verdadera felicidad. Primero, porque podrá dialogar y examinar a personajes tales como Sísifo, Odiseo y Agamenón; segundo, porque los del otro lado no juzgan por los motivos que lo hacen aquí, y, tercero, porque aquellos son inmortales y, sin duda, más felices que los de este mundo terrenal. Sea como fuere, en la Apología, la concepción socrática de la muerte es esperanzadora y aparece en último término bajo la forma de la felicidad para el hombre justo. La muerte no es en absoluto un acontecimiento que infunda miedo o terror, sino, al contrario, esperanza e incluso alegría.
Si la muerte fuese la última palabra, supondría la extinción radical y definitiva de la vida personal, de nuestras experiencias de amor, de libertad, de ternura, de belleza, de solidaridad. Pero estas experiencias ¿están sólo sometidas a las leyes físicas y biológicas o hay en ellas algo más? ¿Muere la libertad cuando morimos nosotros? Porque si la libertad queda sometida a la muerte radical, no es más que una ilusión trágica, una pasión inútil. Albert Camus, anarquista y rebelde, se pregunta “¿Qué libertad puede haber en sentido pleno, sin garantías de eternidad?”².

El Juicio Final, fresco pintado por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina (Ciudad del Vaticano), finalizado en 1541.
La mirada judeo-cristiana
Todas las religiones, realidades antropológicas complejas, han reflexionado acerca del después de la muerte de modos diversos. La tradición judeo-cristiana no piensa a la muerte como un corte abrupto o un final absoluto sino como la consecución plena y sin mal de algo que ya empieza acá: el amor, la paz, la libertad, la justicia. En esa plenitud, don divino, participan no sólo realidades espirituales sino también los cuerpos, esenciales en los dinamismos humanos terrenales y recuperados en el después de la muerte: es lo que se denomina “la resurrección de los muertos”. Por ello, alguien ha llamado a esta tradición la más “materialista” de las religiones.
La narración judeocristiana del después de la muerte no se focaliza exclusivamente en la inmortalidad personal, sino en el caminar colectivo de la humanidad. Es evidente que en este caminar histórico, son muchas las víctimas que quedan en el camino; son muchos los que, a pesar de los esfuerzos de quienes han querido instaurar la justicia, han sido los perdedores de la Historia. Aquí aparece la idea del Juicio Final, tan bellamente expresado por Miguel Ángel, juicio que restablece la equidad, que repara los sufrimientos y las opresiones y sometimientos de las víctimas. La preocupación por la justicia final, ha dado lugar a diálogos muy trascendentes entre marxismo y cristianismo. Uno de los interlocutores más notables de este diálogo es Max Horkheimer, neomarxista de la Escuela de Frankfurt, quien, desde su mirada no creyente, aspira a “la esperanza de que la injusticia que caracteriza al mundo no pueda permanecer así, que lo injusto no pueda considerarse como la última palabra”, “la nostalgia de que el asesino no pueda triunfar sobre la víctima inocente”³.
En algunos pensadores comprometidos con la solidaridad humana como Horkheimer, surge este anhelo doloroso de justicia final sin la seguridad de su realización; en otros hombres y mujeres creyentes, convive esta misma esperanza con la certeza de que se realizará.
PREGUNTA:
En la atención de pacientes de cuidados paliativos y sus familias, ¿cuáles son las creencias que aparecen acerca del después de la muerte? ¿Influyen en el proceso de morir?
1- Platón, Apología de Sócrates, 41a.
2- Camus, A. ([1942] 2010) El mito de Sísifo, Losada.
3- Horkheimer, M. (1976). A la búsqueda del sentido, Salamanca.

Isabel Pincemin
Médica certificada en Cuidados Paliativos | Profesora de Filosofía | Diploma de Estudios Avanzados en Filosofía de la Cultura
Articuló Medicina y Filosofía en los Cuidados Paliativos, que significaron un acercamiento sensible al sufrimiento y la riqueza humana que compartimos en los procesos de enfermar y morir.
Forma parte de los equipos del Centro Universitario Multidisciplinario de Tratamiento del Dolor Crónico y CP del Hospital de Clínicas y del Hospice San Camilo (Olivos).
Le encanta el cine y el contacto con la naturaleza.
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