
COLUMNAS
Que viva la ciencia, que viva la poesía #3
Ella y el hombre de Neguá

“Del tamaño de una naranja, así era”, me dijo mientras hacía un gesto como de un puño cerrado (porque acá, en el Sur, las naranjas que llegan son más chicas que las de otros lados).
Y habló un rato más.
De verdad, aunque ya soy grande y conozco casos, me cuesta imaginarme un tumor, algo que puede crecer solo dentro de un cuerpo hasta tener ese tamaño… Me sigue resultando increíble.
Me confió que eso le había dicho el cirujano luego de la operación que le hicieron a su esposa y que, desde entonces, acompañarla era su mayor tarea y compromiso. El trabajo, veremos.
En aquella oportunidad, compró un libro de Eduardo Galeano, el que incluía (me lo pidió específicamente así) ese texto que habla de “un mar de fueguitos”. Se llama El libro de los abrazos y es uno de esos textos insignia, iluminador para muchos. Con sus palabras se pueden hacer posters, señaladores, remeras, cartas. Es ideal para citar y siempre es un texto que convoca a la ternura, a mirar quiénes somos, cómo somos y, acaso, a sentirnos identificados.
Iba a servir para leerlo, un rato aunque sea, esa nochecita mientras intentaba conciliar el sueño durante la internación.
Por mucho tiempo no volvió por la librería y tampoco tenía mayores referencias ni comentarios de cómo había seguido la cuestión de la enfermedad de su esposa.
Hoy volvió. Lo vi relajado.
No era un cliente de esos de “todos los meses un libro” ni de “cuando cobro voy”, sino más bien se notaba que la lectura tenía con él una buena relación entre el tiempo disponible que le dejaban las obligaciones y las ganas de dejarse llevar por una o varias historias. No seguía a un autor en particular ni se dejaba llevar por los best sellers. Buscaba qué leer por un rato, preguntaba precios y luego decidía.
Esta tarde volvió, decía, y lo vi como entonces. Se acercó al lomo negro del libro de Galeano y me lo señaló con una sonrisa.
—Galeano nos acompañó mucho y muy bien algunas noches mientras ella estaba internada —y abundó—: un mes primero y varias otras veces durante casi nueve meses.
—¿Ya está bien? —pregunté.
—Ardiendo tanto que ni se puede parpadear cerca— dijo sonriendo. Y le entendí todo.
El mundo
“Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
—El mundo es eso —reveló—. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores.
Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos,
no alumbran ni queman; pero arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.”
Eduardo Galeano, El libro de los abrazos (Buenos Aires, Siglo XXI, 1989)

Roberto Szmulewicz
Librero
Es librero desde hace más de 20 años en Dina Huapi, una ciudad a orillas del lago Nahuel Huapi.
Estudió Letras y Ciencias de la Educación pero le gustó más la idea de ser puente entre los libros y los lectores.
Está en situación de actualización permanente respecto de la literatura infantil y juvenil.
Dicta talleres para lectores adultos y colabora con distintos espacios locales, radiales y escritos.
En 2019 obtuvo el Premio Pregonero de la Fundación El Libro a la mejor librería infantil.
Se siente orgulloso de integrar un colectivo sin nombre pero multitudinario: el de quienes queremos que lxs pibxs lean mejor.
Su correo electrónico: libreriaelprofedinahuapi@gmail.com
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Hola Roberto
Soy Peri Minatel, trabajo en una Unidad de Cuidados Paliativos. Que lindo tu relato! Sabes que? Ese cuento se lo pasamos a nuestras familias (las que atendemos) al mes de perder a su ser querido. Para nosotros es muy significativo porque tal cual dice tu cliente, por suerte los fueguitos siguen ardiendo siempre. Abrazo