
COLUMNAS
Bioética para caminantes #4
Eutanasia… ¿Sí? ¿No? ¿Quizás?
Infinita es la tinta que ha corrido en relación con la eutanasia y el suicidio asistido a partir de la gran complejidad del asunto. En estas líneas me refiero a la eutanasia como la acción de un/a médico/a (aunque en la actualidad se ha extendido también a la Enfermería) dirigida a provocar la muerte de un paciente competente a su pedido y con su consentimiento, con la finalidad de evitarle sufrimientos intolerables (aunque en los países en los que está legalizada se ha ampliado a otros motivos).
Tratando de salir de una lógica dilemática, como médica, intento problematizar la realidad actual del ejercicio de la Medicina y los argumentos que procuran sustentar la inclusión de la eutanasia en la práctica médica.
Algunas definiciones preliminares
Creo que lo primero es distinguir a la eutanasia como la práctica individual de un/a médico/a, de la eutanasia entendida como parte de la tarea médica y que, por lo tanto, constituiría una de las obligaciones propias de la profesión.
En este sentido, con frecuencia se alude a la inclusión de la eutanasia como una práctica profesional médica dirigida a la preservación de la dignidad del o la paciente sufriente. Pero me pregunto: ¿Cómo una persona puede ser merecedora de la muerte en razón de su dignidad?
La cuestión del poder médico o el poder médico en cuestión
En los últimos siglos, el poder médico ha aumentado enormemente, apoyado por desarrollos tecnológicos acelerados y eficaces. Sabemos que este desarrollo ha sido ambiguo para la Medicina: por un lado, nos permitió ser mucho más eficaces, pero por otro, como lo señala la filosofía contemporánea en miradas como la de Michel Foucault y la biopolítica, generó un poder inaudito de intervención sobre los cuerpos; basta estudiar la historia de la terapia intensiva. Poder y más poder. Aquí me surgen muchas preguntas: ¿Hasta dónde es lícito intervenir sobre los cuerpos? ¿Hasta dónde estas intervenciones son las generadoras de nuevos pacientes por el uso excesivo del poder médico (pacientes que luego no sabemos muy bien cómo tratar)? ¿Hasta dónde la eutanasia no es el arquetipo de los que hoy llamamos la “muerte intervenida” y lleva la intervención médica a su extremo?
Aquí se imponen dos lógicas, a mi juicio no compatibles entre sí. La primera implica arrogarnos un último derecho sobre los cuerpos que significa producir la muerte y que cuando tiene la aprobación del paciente llamamos eutanasia pero que no deja de ser un uso omnipotente del poder médico. La segunda, en cambio, propone adecuar los tratamientos posibles al alivio del sufrimiento y permitir que la muerte se produzca de acuerdo con la dinámica biológica de la enfermedad.
Esta segunda dinámica implica poner límites a nuestras intervenciones. Sabemos que la Medicina padece de hiperactividad y carece, en muchos casos, del momento reflexivo que implica preguntarnos hasta dónde intervenir. ¿Somos acaso dueños de esa vida, aun si el paciente o sus representantes acuerdan con nuestra intervención eutanásica? No es sólo una pregunta técnica sino también la pregunta moral de Kant: “Esto lo puedo hacer, pero ¿debo hacerlo?”. Por otro lado, ¿tiene el paciente derecho a implicar a un tercero (el/la profesional) en la realización de esta práctica? ¿Es una potestad lícita del Estado obligar al médico a matar, en una clara modificación de los fines de la Medicina? ¿Sería este criterio aplicable a las miles de formas que en este mundo toma el sufrimiento no relacionado con la salud y que es experimentado como intolerable por la persona que lo padece?
Vivir y dejar morir
La inmensa mayoría de quienes trabajamos en cuidados paliativos hemos recibido consultas acerca de la pertinencia o no de seguir actuando: hacer una nueva quimioterapia, intubar o no intubar, etc. Los cuidados paliativos, desde su origen, incorporaron este momento reflexivo que cambia positivamente la vida de muchos pacientes. En conclusión, hay una diferencia esencial entre matar y dejar morir y como profesionales hemos de tomar posición frente al uso de los privilegios de poder que nos confiere nuestra profesión. El hecho de que la vida no sea un valor absoluto no nos habilita a matar sino a buscar el mejor ejercicio de nuestra profesión, sin abandonar nunca a nuestro paciente, sean cuales sean sus deseos, valores y creencias.
Otra de las cuestiones que me pregunto, en relación con las argumentaciones más habituales, es esta: el respeto por la autonomía de mi paciente, sus deseos y decisiones, ¿es motivo suficiente para justificar racionalmente la eutanasia? ¿Es acaso el principio de autonomía el principio más importante y rector de la bioética?
Cada paciente define autónomamente su sistema de valores, sus objetivos de vida, sus propias convicciones. En la práctica habitual de la Medicina, intentamos compartir y acordar con nuestros pacientes las intervenciones que entendemos que pueden ser justas y apropiadas para su beneficio. Pero hay situaciones en las que podemos no compartir sus decisiones en función de la congruencia de otras estrategias que creemos más apropiadas para el alivio del sufrimiento. Ciertamente, queremos ser una sociedad que proteja jurídicamente los derechos y la libertad individual de los pacientes, pero también queremos ser una sociedad que proteja el ejercicio informado y justo de las profesiones que gestionan un bien social tan valioso como la salud y la atención del sufrimiento relacionado con ella. Y este debate es hoy intenso y dinámico: así como algunos Estados incluyen la eutanasia en su legislación, muchos otros no lo hacen, y la discusión acerca de su pertinencia permanece viva aún en los primeros después de la aprobación de la legislación. Hoy, la Asociación Médica Mundial (AMM), en su Declaración de Venecia sobre la atención médica al final de la vida, o la International Association for Hospice and Palliative Care (IAHPC), en sus declaraciones, entienden que la defensa de los derechos de los pacientes pasa por la no inclusión de la eutanasia entre las competencias de la profesión médica y por el respeto a las decisiones de los profesionales que entienden que no es un acto médico y son también altamente sensibles al sufrimiento de sus pacientes.
La razón y el corazón
La toma de decisiones morales por parte de los profesionales en el caso, por ejemplo, del ejercicio de la eutanasia, se funda en justificaciones racionales, pero también juegan un papel fundamental las emociones que, al decir de Martha Nussbaum, “no son oleadas ciegas de afecto que nos empujan y tiran de nosotros sin intervención del razonamiento y la creencia”¹. Por el contrario, conectan la sensibilidad y la razón en un proceso de crítica y reflexión que nos lleva a asumir la posición ética que nos parezca más justa y más humana en relación con el intenso sufrimiento de nuestros pacientes. Sin emociones, las decisiones médicas corren el riesgo de ser brutales e insensibles, tal como ocurrió, por ejemplo, en el campo de la investigación clínica cuando la bioética daba sus primeros pasos. Además, cada situación clínica y biográfica es única y atenderla supone la pericia y la humanidad de los profesionales. Es por eso que cada profesional de la Salud, al tomar sus propias decisiones, también tiene que cuidar de sí para poder seguir ejerciendo su profesión con eficacia, satisfacción y empatía. Cuidar de sí significa tomar decisiones que nos dejen en paz, que preserven nuestra integridad moral, que enriquezcan nuestro mundo emocional y que nos hagan cada vez más creativos en el alivio del sufrimiento de pacientes y familias.
(in)formación
Más allá de las reflexiones que pueda sugerirnos esta cuestión, si miramos la atención médica en nuestro país, es patente que muy pocos profesionales están formados en cuidados paliativos y, con frecuencia, no se encuentran en condiciones de aliviar el sufrimiento de personas con enfermedades avanzadas o en el final de la vida. Además, y esto es muy alarmante, vemos todos los días profesionales sin preparación para la adecuación de tratamientos. ¿Cómo procederían estos profesionales escasamente formados en la atención de pacientes con enfermedades avanzadas en un país que legalizara la eutanasia?
En una evaluación muy completa acerca de la práctica de la eutanasia en los países europeos, el Comité Consultor Nacional de Ética de Francia apunta que en Bélgica, por ejemplo, de todas las solicitudes de deseo de adelantar la muerte el 10% fueron formuladas a médicos de cuidados paliativos mientras que el 50% lo fueron a médicos generalistas y el 40% a especialistas. ¿Por qué reciben menos peticiones de adelantar la muerte los médicos de cuidados paliativos? Porque la formación específica confiere a la persona que la recibe un arsenal muy grande de habilidades de evaluación integral y de alivio eficaz del sufrimiento. Sin esa formación, la atención de los pacientes con enfermedades avanzadas se hace cada vez más frustrante y estéril en la búsqueda de recursos. ¿Se convertiría la eutanasia, en ese caso, en la claudicación de la Medicina?
Comparto una reflexión de Catherine Dopchie, una oncóloga belga que ejerce su profesión en un país en el que la eutanasia fue legalizada en 2002. Desde su experiencia, afirma que “La eutanasia no sólo mata al paciente, sino a la imaginación terapéutica”².
Seguramente mucho más podría decirse. “Bioética para caminantes” quiere seguir siendo un espacio para compartir las reflexiones que el acompañamiento comprometido de nuestros pacientes y amigos abona y alienta.
1- Nussbaum, M. (2003) La terapia del deseo. Teoría y práctica en la ética helenística. Paidós.
2- Devos, T. (coord.) (2020). Eutanasia. Lo que el decorado esconde. Reflexiones y experiencias de profesionales de la Salud. Sígueme.

Isabel Pincemin
Médica certificada en Cuidados Paliativos | Profesora de Filosofía | Diploma de Estudios Avanzados en Filosofía de la Cultura
Articuló Medicina y Filosofía en los Cuidados Paliativos, que significaron un acercamiento sensible al sufrimiento y la riqueza humana que compartimos en los procesos de enfermar y morir.
Forma parte de los equipos del Centro Universitario Multidisciplinario de Tratamiento del Dolor Crónico y CP del Hospital de Clínicas y del Hospice San Camilo (Olivos).
Le encanta el cine y el contacto con la naturaleza.
Compartí este contenido en redes: