
COLUMNAS
Que viva la ciencia, que viva la poesía #5
De Mallko, y de ella también
Hace bastante que son días de poco trabajo en mi librería.
Los lectores quieren seguir siendo lectores, pero nuestros tiempos económicos no son los mejores para correr atrás de las novedades editoriales, por lo menos en mi ciudad, donde hay muchos vecinos que trabajan en el pueblo grande de al lado, Bariloche y el turismo, que es su actividad central, está en baja.
Entonces, retoman alguna lectura que abandonaron por algún motivo que acaso no recuerdan, o releen aquel libro que les gustó hace tanto tiempo.
Eso hace que cuando alguien se muestra interesado en comprar un libro, hay solo dos variables para conversar: el precio o la temática.
Cuando la cosa va por el precio, la visita es más acotada, pero cuando podemos hablar de temas o autores, la visita se hace interesante y más de una vez hasta podemos compartir un mate, si gustan, con yerba orgánica.
* * *
A ella la tengo vista, pero no recuerdo su nombre ni sé dónde vive exactamente, aunque creo que es cerca. Diría que no es clienta. Anda siempre con su hija, en una silla de ruedas adaptada (perdón si no es el término adecuado), y a veces también con una perra hermosísima. La saludo, me saluda, hablamos del clima y ya. Esa ha sido nuestra relación.
Hasta que un día entró a la librería, sola. Me dijo que buscaba “algo livianito”, una historia sencilla que la llevara a pasar un rato en otro lado.
Busqué en mi cabeza primero y en la estantería después. Ella, por un lado; yo, por el otro, fuimos revisando los lomos, descartando y seleccionando.
Yo tenía tres o cuatro títulos en la mano cuando ella hizo un alto en su búsqueda y vio la tapa del genial Mallko y papá, de Gusti (Océano Travesía, 2014). Gusti es el seudónimo de Gustavo Rosemffet, notable ilustrador argentino radicado en Barcelona hace años, pero sobre todo, papá de Mallko, un delicioso joven con Síndrome de Down.

Mallko y su papá, Gusti, jugando.
Tal vez, presumo, a modo terapéutico, hizo ese libro maravilloso, ilustrado, claro, pero con textos por demás valiosos en el que, a mi juicio y luego de un breve relato de la gestación y nacimiento de Mallko, se destaca un cartel contundente, en blanco y negro, a doble página que dice: NO LO ACEPTÉ.

Una espiadita al interior del libro.
Ella se paró en esa página después de mirar levemente el inicio de la historia.
Y yo me di cuenta de que debía abandonar la búsqueda que incluía a Agatha Christie y Carlos Ruiz Zafón (¡que maravilla ambos!).
A partir de ese momento, ella pasó las hojas con una lentitud que hablaba a las claras de que estaba decidiendo reemplazar la lectura “liviana” por esta, que también lo parece pero que, como siempre, define el lector cuál es su profundidad.
Podría haberle dicho que acaso no fuera tan liviana y que estaba relegándose el derecho a hacer otras lecturas, pero cuando vio la contratapa, con esa suerte de foto 4×4 con el retrato del joven protagonista y el epígrafe “A veces un hijo no sale como te imaginás”, ya lo había decidido. Se iba con él.

La composición de contratapa.
Giró hacia mí, dio una mirada general a la librería y se fue acercando al mostrador despacio, como queriendo dejarse interesar por otros títulos.
Inútilmente, pregunté:
—¿Decidida?
—Y sí —me respondió—. Mi hija tiene una discapacidad, digamos… muy visible… un retraso madurativo y solo una mitad del cuerpo funcionando normalmente. Bueno, usted lo ve… Necesita terapia ocupacional y kinesiología una vez por semana, pero no hay turnos casi nunca. Encima, cobra una pensión miserable y me piden que les demuestre si es apta o no para recibirla.
—Una vergüenza, sí —fue todo lo que se me ocurrió decir.
—Nos va a venir bien a los tres. Con mi marido vivimos pensando en ella. En su momento yo no lo podía aceptar, por eso me quedé en ese cartelote que me habló —y se sonrió un poco—: “NO LO ACEPTÉ”. Y después la vida misma, la terapia, los trámites, los médicos… y ella va a poder compartir una lectura con nosotros. Va a ser la primera vez que podamos leer algo juntos que nos diga algo a los tres.
Yo, simplemente, sonreí.

Roberto Szmulewicz
Librero
Es librero desde hace más de 20 años en Dina Huapi, una ciudad a orillas del lago Nahuel Huapi.
Estudió Letras y Ciencias de la Educación pero le gustó más la idea de ser puente entre los libros y los lectores.
Está en situación de actualización permanente respecto de la literatura infantil y juvenil.
Dicta talleres para lectores adultos y colabora con distintos espacios locales, radiales y escritos.
En 2019 obtuvo el Premio Pregonero de la Fundación El Libro a la mejor librería infantil.
Se siente orgulloso de integrar un colectivo sin nombre pero multitudinario: el de quienes queremos que lxs pibxs lean mejor.
Su correo electrónico: libreriaelprofedinahuapi@gmail.com
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En nuestra pequeña comunidad andina, Roberto es el » librero» amigo que nos asesora en busqueda de titulos o autores. Siempre amable y calido invita a un intercambio de opiniones acerca de la cultura.
Un honor siempre digo, que «El profe» sea nuestro librero. Es el mágico puente entre los libros y nosotros. Sabe perfectamente que recomendar y le da en la tecla siempre. Fiel defensor de las palabras, de la lectura y de los escritores. Defendiendo la cultura a capa y espada a pesar de los vaivenes, a pesar de la «malaria» económica, el apuesta a que en nuestro pequeño pueblo y en todos lados se lea y se piense. Siempre gracias Roberto.
Muchas gracias Andrea! Si los que trabajamos con la palabra no defendemos la palabra…quién podrá defendernos? Un abrazo grande!
Gracias Diana!!! Un alegría su comentario!