
COLUMNAS
Death techs: una mirada antropológica #3
Here after. El valor del recuerdo.
“Y por solo USD 7,99 mensuales tus seres queridos van a poder disfrutar de recordarte cuando ya no estés.” Parece extraño, ¿no? Casi irreverente. Pero esto no es una idea mía. Es un proyecto específico llevado a cabo desde 2022 por la organización Here After (“De aquí en adelante”), que desarrolló una aplicación que utiliza inteligencia artificial para registrar nuestros recuerdos, con el objetivo de compartirlos con nuestro entorno una vez que hayamos muerto. Aquello que hace una década era parte del imaginario social de la ciencia ficción, hoy, en pleno y exponencial desarrollo de la inteligencia artificial, se vuelve una realidad concreta (y paga).

Lo cierto es que los seres humanos, a la hora de enfrentarnos con el proceso de hacer el duelo de quienes ya no están, hemos recurrido históricamente a la necesidad de “mantener el recuerdo” como una forma de homenaje a los otros: cartas, fotos, anécdotas, lápidas, urnas… Son mecanismos de los cuales nos hemos valido para sostener vívidas las emociones y pensamientos que nos provocaba la persona fallecida. Y en la era digital que estamos habitando, es de esperarse que nuestras maneras de encarar el recuerdo de los difuntos se alimenten de las potencialidades que nos otorga hoy la tecnología. Los recuerdos se almacenan, literalmente: mientras se está con vida, se puede decidir qué fotos, registros de voz y anécdotas narradas se pueden dejar grabadas, como antes hubiéramos armado una caja o un cuaderno de recortes y escritos. Luego, nuestros seres queridos podrán “conversar” con nosotros en tiempo real. El hardware de la memoria, que antes se llamaba mente y corazón, ahora se mide en gigabytes.
Pero esta posibilidad no es necesariamente gratuita. Y aquí aparece la reflexión acerca de cómo, en nuestras sociedades capitalistas, incluso los dispositivos de recuerdo de las personas fallecidas pueden volverse una mercancía. Esto, obviamente, no es nuevo. Todos sabemos el costo de sostener una parcela de tierra o una lápida en el cementerio, o el precio de una cremación y una urna funeraria. Debemos tener cautela respecto de la dimensión de desigualdad que este tipo de prácticas conllevan en algo tan sensible y universal como el duelo humano. ¿Queremos vivir en un mundo en el cual la cantidad de historias y fotos a partir de las cuales uno puede ser recordado dependan de cuánto pueda pagar mensualmente? Parece un capítulo de Black Mirror hecho realidad. Y yendo a un hipotético extremo en el cual la mayor parte de los mecanismos de recuerdo de los difuntos estén atravesados por este tipo de herramientas, ¿qué pasará con aquellos que no tienen dinero para pagarlo? Probablemente lo mismo que ocurre hoy con aquellos que mueren en el anonimato: caerán en el olvido colectivo.

Pese a estas consideraciones, la idea de una aplicación en la cual una versión nuestra entrenada con inteligencia artificial pueda hacer un racconto de nuestras vivencias profundas para compartirlas con aquellos que amamos no deja de generarnos intriga e interés. Pero hay una pregunta que, frente a este escenario, se presenta con fuerza: ¿no sería mejor fomentar la construcción de una sociedad en la cual nos podamos compartir esa información en vida?

DARÍO IVÁN RADOSTA
Doctor en Antropología
Oriundo de General San Martín (provincia de Buenos Aires, Argentina), después de un secundario dedicado a la electrónica, decidió probar suerte en la Antropología, para buscar respuesta a las preguntas que se venía haciendo hacía tiempo. Se dedica a investigar las prácticas de cuidado en final de vida dentro del movimiento hospice en Argentina. En 2022 presentó su tesis doctoral, en la cual continuó intentando entender la forma en la que los seres humanos nos vinculamos con el morir.
Participa de varios proyectos de investigación dedicados a promover la (re)inclusión de la muerte dentro del cotidiano de la vida social. Además, es docente en la Universidad Nacional de San Martín y en la Universidad Favaloro. En su tiempo libre intenta jugar al hockey y de a ratos se dedica a su pasión no académica: tocar el piano.
Su proyecto de difusión: Hablemos de morir
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