COLUMNAS

Bioética para caminantes #6

Sacar belleza de este caos es virtud

Mijail Bulgákov, en el relato “Bautismo de fuego”, nos presenta al joven doctor que, finalizada su formación hospitalaria apenas seis meses antes, comienza a trabajar solo en una comarca rural. “En las aldeas continuaban agramando el lino, los caminos seguían estando intransitables y a la consulta no venían más de cinco personas cada día. Las noches las tenía completamente libres y las dedicaba a poner en orden la biblioteca, a leer los manuales de cirugía y a tomar té, larga y solitariamente, junto al samovar.” De repente, golpes en la puerta y una enfermera del Hospital que, agitada, le anuncia:

“—Ana Nikoláievna me envía a buscarle, pide que vaya enseguida al hospital.
—¿Qué ha sucedido? —pregunté, y sentí que el corazón me daba un vuelco.
—Han traído a una mujer de Dúltsevo. Tiene complicaciones con el parto.”

El doctor, poco experimentado en obstetricia, se estremece de terror. ¿Qué va a hacer? “Aquí… estoy completamente solo y tengo en mis manos a una mujer que sufre; yo respondo por ella. Pero no sé cómo ayudarla pues sólo he visto de cerca un parto dos veces en mi vida.” Después de varias horas de inquietud y angustia, comenzará a definir sus maniobras obstétricas con la ayuda de sus libros y la vasta experiencia de Ana Nikoláievna, la enfermera principal, que comprende la situación y le ofrece una asistencia intuitiva y piadosa.

Esta situación seguramente evocará en muchos de nosotros los primeros pasos en la profesión, algo abrumados por el miedo a la impericia y a las potenciales consecuencias de nuestra torpeza. En esta circunstancia y, en muchas otras a lo largo de la vida, se tratará, entonces, de intentar pasar de la teoría a la práctica en la profesión y en la vida.

Animales racionales y dependientes: por qué los seres humanos necesitamos las virtudes

Este es el título de uno de los libros de un gran filósofo moral que acaba de morir el 21 de mayo pasado: Alasdair MacIntyre. De acuerdo con el pensador esocés, la erudición filosófica se ha transformado en un fin en sí misma, y de este modo se ha relegado al olvido el cómo vivir bien, la práctica ética y no solamente el conocimiento de la teoría. Por este motivo, MacIntyre insiste en que la Filosofía debe estar a disposición de las personas corrientes y no sólo de los llamados filósofos académicos.

El joven doctor de Bulgákov buscaba sus respuestas sólo en los libros, pero para encontrarlas y realizarlas necesitó del desarrollo continuo y duradero de muchas de sus capacidades: a este desarrollo esforzado de las propias capacidades lo denomina Aristóteles “virtud” y MacIntyre lo pone en el centro de los esfuerzos de aquellos que quieren avanzar en el logro de sus objetivos personales y éticos.

Pero ¿cómo desarrollar estas virtudes que nos permitan alcanzar nuestra metas como seres humanos? Nos dice MacIntyre que es muy difícil solos, que necesitamos, como seres dependientes que somos, interactuar con nuestros semejantes, sumergirnos en los aprendizajes que ya la humanidad ha realizado en el intento de ser mejores. El novato de Bulgakov no puede resolver la situación riesgosa por la que atraviesa sin la ayuda de Ana Nikolaievna, con quien delibera, de quien aprende. Ana lo zambulle en la tradición, en los siglos de pequeños intentos por mejorar el cuidado de unos a otros: “Yo la escuchaba ansiosamente, procurando no perderme una sola palabra. Y esos diez minutos me dieron más que todo lo que había leído sobre obstetricia cuando me preparaba para el examen estatal, en el que justamente en obstetricia había obtenido una nota sobresaliente. Por palabras aisladas, frases inconclusas, insinuaciones hechas de paso, me enteré de lo más necesario, de aquello que no se encuentra nunca en ningún libro”. Sin deliberación compartida, no hay vidas logradas. La deliberación ayuda a cada uno y a la comunidad a discernir cómo se concibe una vida lograda, cómo se jerarquizan los bienes y cómo priorizar las prácticas.

Al final del día, el joven doctor está agotado e iluminado: “Era más de la una cuando regresé a mi apartamento… Durante casi una hora estuve bebiendo el té ya frío y hojeando el libro. Entonces ocurrió algo interesante: todos los pasajes que hasta ese momento me habían resultado oscuros se volvieron completamente claros, como si se hubieran llenado de luz, y allí, bajo la luz de la lámpara, por la noche, en aquel lugar apartado, comprendí lo que significa el verdadero conocimiento”.

Los cuidados paliativos ofrecen, también, una riquísima tradición de reflexiones y prácticas, de una historia compartida en la que sumergirnos y robustecernos en la dificultad. Dice la tradición oral de los cuidados paliativos que el Dr. Robert Twycross, gran referente de nuestra disciplina, decía que para trabajar en cuidados paliativos había que tener “mente clara, corazón abierto y hombros anchos”, esos hombros anchos (virtudes) que permiten sostener lo que deseamos.

A veces se habla de “virtuosismo”, en la música clásica, en el folklore, en el rock (por ejemplo, Michael Angelo Batio con sus dos guitarras), y es bueno recordar que detrás de cada virtuoso hay miles de horas de trabajo. Los virtuosos poseen una resistencia considerable, lo que les ayuda a alcanzar sus metas a partir de una pasión inquebrantable por aquello que eligen.

El desarrollo de las virtudes es un trabajo cotidiano, sin desesperar, sin ser perfeccionistas, amando la tarea de cada día. Las primeras virtudes que los filósofos griegos tematizaron en Occidente fueron la prudencia, la justicia, la templanza y la fortaleza. Hay muchas más y cada contexto y cada época piden el cultivo delicado e incesante de algunas virtudes en particular.

Les comparto un pequeño fragmento de Daniel Leber, artista plástico argentino, de cabellos largos, que seguramente le requerirán cada día un trabajo virtuoso:

Hoy toca bañarme.
Le mando un tequiero a mi mamá.
Por nuestra diferencia horaria,
será lo primero que lea al despertar.
Me enjuago la cabeza confiado
de disolver mis malos pensamientos.
Me hago cuatro trenzas,
una por cada virtud cardinal:
templanza, prudencia, justicia y coraje.

 

Buena manera de empezar el día.

PREGUNTAS:

¿Qué virtudes nos permitirían vivir mejor en este momento que transitamos como seres humanos?

¿Qué virtudes son especialmente importantes en el ejercicio de los cuidados paliativos?

Isabel Pincemin

Isabel Pincemin

Médica certificada en Cuidados Paliativos | Profesora de Filosofía | Diploma de Estudios Avanzados en Filosofía de la Cultura

Articuló Medicina y Filosofía en los Cuidados Paliativos, que significaron un acercamiento sensible al sufrimiento y la riqueza humana que compartimos en los procesos de enfermar y morir.

Forma parte de los equipos del Centro Universitario Multidisciplinario de Tratamiento del Dolor Crónico y CP del Hospital de Clínicas y del Hospice San Camilo (Olivos).

Le encanta el cine y el contacto con la naturaleza.

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