Fotos del Cementerio São João Batista (Río de Janeiro, Brasil): Meli Wortman.

COLUMNAS

Death techs: una mirada antropológica #6

¿Cuál es tu-tumba tu-tumba?

Si les pidiese que se imaginasen caminando por un parque de considerable extensión, en el cual la tierra está parcelada en pequeñas unidades cuyos límites están marcados por una estructura comúnmente elaborada en mármol, que contiene nombres y fechas… muy rápidamente se darían cuenta de qué estamos hablando. Efectivamente, ese lugar es, con casi absoluta seguridad, un cementerio. Y esas unidades parceladas son las tumbas de las personas que las habitan (¿y que ya dejaron de habitar este “lado” de la existencia humana?).

Una tumba en uno de los cementerios de Río de Janeiro, custodiada (al fondo) por el Cristo Redentor, sobre el cerro del Corcovado.

Lo cierto es que la práctica de enterrar los cuerpos de los difuntos, y representar el lugar del entierro a través de lo que comúnmente llamamos tumba, ha sido habitual a lo largo de casi toda la historia de la humanidad (se conocen sepulturas que datan de hace más de setenta mil años). Pero, si como siempre insistimos, la forma en la que lidiamos con la muerte y el morir de los otros nos revela aspectos específicos de nuestro entramado cultural, ¿cómo podemos entender antropológicamente esta cuestión?

En el cementerio São João Batista muchas sepulturas cuentan con enredaderas que les garantizan constante sombra.

Las sepulturas nos permiten, en principio, desarrollar una idea interesante acerca de los límites entre la vida y la muerte. Sabemos que hay cierta porosidad entre las formas en las que definimos biológicamente la vida y cómo se construye socialmente su significado. La tumba es una expresión concreta de esta tensión. Un pedazo de mármol puede ser culturalmente inocuo, pero cuando se reviste con el significado de representar la vida de la persona fallecida, adquiere ese carácter moral que solemos darles a las personas vivas. De ahí que exija respeto, porque descuidar la tumba es, en algún sentido, descuidar el recuerdo de la persona que la habita. De allí que podamos, en un sentido antropológico, comprender que la “persona” como concepto excede los límites de la existencia biológica de un humano. La sepultura no es la persona, pero representa los aspectos de su existencia que van más allá del “cese de las funciones orgánicas”, que es como solemos definir clínicamente la muerte.

En cada geografía, las tumbas interactúan con diversos paisajes de flora y colorido propios del lugar.

Por otra parte, las tumbas —y los cementerios en su conjunto— se han vuelto hoy día un atractivo turístico, más que nada por la existencia de mausoleos y sepulturas que, por la imponencia de su estética, se nos presentan como verdaderas obras de arte. Sabemos bien que las personas consideradas ilustres no van a ser enterradas sin pompa de por medio. Pero ¿qué nos dice esto sobre nosotros como sociedad en conjunto?

En los cementerios de las grandes ciudades conviven tumbas apenas numeradas con bóvedas de distintos estilos arquitectónicos.

Y aquí hay otro aspecto interesante de cómo la forma de lidiar con los muertos se ve condicionada por nuestra estructura social. En culturas humanas en las cuales el individualismo no ha permeado con la fuerza en la que lo ha hecho en el Occidente moderno, la sepultura se enfoca en la preparación de esa persona para una próxima vida, cuyos aspectos son colectivamente compartidos por el grupo —como sucede con las peculiares costumbres de los Toraja de Indonesia—.

Tumbas que muestran códigos QR a partir de los cuales se puede obtener información biográfica del fallecido.

En nuestro caso, como podemos ver en las imágenes, tomamos como un sentido común el hecho de que la tumba representa la individualidad de la persona fallecida: quién fue en vida. Podemos ver esto tanto en el uso del nombre y la fecha de nacimiento y muerte, en un polo del espectro, llegando a casos en los cuales padres han solicitado la construcción de una tumba en forma de teléfono inteligente, dado el uso excesivo que su hija, ahora fallecida, hacía de este aparato. Pero lo importante es comprender que, sean los Toraja o nuestra propia cultura occidental, la búsqueda es, en algún sentido, la misma: lograr representarnos de una forma que sea significativa esta transición entre modos de existir a la que comúnmente llamamos muerte.

* * *

Bonus track: galería de lápidas pintorescas de la mafia rusa. 

DARÍO IVÁN RADOSTA

DARÍO IVÁN RADOSTA

Doctor en Antropología

Oriundo de General San Martín (provincia de Buenos Aires, Argentina), después de un secundario dedicado a la electrónica, decidió probar suerte en la Antropología, para buscar respuesta a las preguntas que se venía haciendo hacía tiempo. Se dedica a investigar las prácticas de cuidado en final de vida dentro del movimiento hospice en Argentina. En 2022 presentó su tesis doctoral, en la cual continuó intentando entender la forma en la que los seres humanos nos vinculamos con el morir.
Participa de varios proyectos de investigación dedicados a promover la (re)inclusión de la muerte dentro del cotidiano de la vida social. Además, es docente en la Universidad Nacional de San Martín y en la Universidad Favaloro. En su tiempo libre intenta jugar al hockey y de a ratos se dedica a su pasión no académica: tocar el piano.

Su proyecto de difusión: Hablemos de morir

Compartí este contenido en redes: