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El duelo también se enseña:
cuando la escuela sí decide hablar de estos temas.
Por Laura Alonso | Cultura Paliativa
Bariloche, Argentina, 11 de septiembre de 2025
¿Qué le pasa a un colegio cuando toca abordar el tema de la muerte y el duelo?, ¿cómo se viven estos desafíos en los equipos directivos y docentes? En Argentina, cada 11 de septiembre se celebra el día de las maestras y los maestros, una oportunidad para pensar, reflexionar sobre el impacto que generan temas como la finitud de la vida, la pérdida dentro de las aulas. Visitamos a Esteban Alaniz, director del Colegio Woodville, una institución con más de 60 años de la ciudad de Bariloche, en la Patagonia Argentina.
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Esteban, desde tu mirada y experiencia, ¿qué lugar ocupa el docente en situaciones de duelo?
El papel del docente en situaciones de duelo es fundamental. Lo pensamos siempre desde un rol pedagógico, ya que nuestros estudiantes pasan ocho o nueve horas en la escuela y los docentes establecen vínculos cercanos, convirtiéndose en referentes. El rol del maestro implica contención y acompañamiento, pero siempre desde lo pedagógico: qué podemos decir como escuela frente al duelo y la muerte, y qué puede aportar cada docente desde su lugar.
Algo que también distinguimos es que la escuela habla desde su perspectiva pedagógica, mientras que el significado y valor de lo que ocurre lo define cada familia según sus creencias, todas igualmente válidas. Desde la escuela, nuestro objetivo es dar lugar a las emociones, hablar de ellas, ayudar a regularlas y transmitir que la muerte es parte de la vida. La gran pregunta siempre es: si esto sabemos que puede suceder, ¿qué hacemos con esto? El docente tiene un rol clave dentro de la escuela. Por supuesto, se trata de un tema sensible, que duele y que cuesta abordar como sociedad. Pero apoyándose en planificación y herramientas, es posible acompañar y trabajar con alumnos y alumnas en estos momentos difíciles.
«La gran pregunta siempre es: si esto sabemos que puede suceder, ¿qué hacemos con esto?»
¿Y cómo acompañás desde tu rol estas situaciones?
Nosotros trabajamos mucho en equipo. Mi rol es el de director general, pero cada nivel tiene su propio director y conformamos equipos de conducción. Desde mi lugar direcciono políticas y miradas, y luego trabajo con los equipos internos para que eso se desarrolle. La línea fue clara: en esta escuela vamos a hablar de duelo. Ese es el rol del equipo directivo, generar los escenarios para que eso suceda.
Después aparecen los equipos de cada nivel: capacitaciones, reuniones, planificación. Mi rol también es de acompañamiento: estar, ofrecer espacios de capacitación, reflexión, charlas y consultas. No tenemos “recetas”; se trata de construir colectivamente y dar lugar a que circule la palabra. Lo pedagógico y la formación se complementan con jornadas y capacitaciones, pero la línea principal sigue siendo esa: en esta escuela hablamos de esto. Y eso nos cambió muchísimo la manera de pensar.

““Desde la escuela, nuestro objetivo es dar lugar a las emociones, hablar de ellas, ayudar a regularlas y transmitir que la muerte es parte de la vida. La gran pregunta siempre es: si esto sabemos que puede suceder, ¿qué hacemos con esto?”, nos dice Esteban, mientras reflexiona.
¿Qué sentiste la primera vez que te tocó atravesar una situación de duelo?
Lo que sentí fue vértigo: miedo, incertidumbre, la sensación de no saber qué hacer. Al principio lo viví como algo que nos atraviesa y nos supera. Pero, cuando empezás a trabajar, hablar, compartir y construir con otros, se vuelve posible. Hace años tuvimos una situación que nos cambió la forma de encararlo: un alumno falleció en un accidente durante las vacaciones, entre primero y segundo grado. Eso nos transformó mucho la mirada y nos hizo pensar distinto en cómo abordar el tema.
En aquella oportunidad, en medio de las emociones que nos atravesaban, decidimos pedir ayuda externa. Eso nos dio herramientas para acompañar mejor y organizamos una serie de encuentros: primero con el equipo directivo, luego con los coordinadores, después con los docentes, más tarde con las familias y finalmente con toda la comunidad escolar. Con el tiempo también atravesamos otras situaciones, que nos llevó a asumir que era un tema que había que abordar institucionalmente. Ya veníamos trabajando las emociones en la escuela, su expresión y regulación como un eje transversal, e incorporar el duelo fue la continuidad de ese camino. En la escuela no hablamos únicamente de la muerte, sino del duelo en un sentido amplio: la pérdida de una mascota, de un abuelo, una separación, una mudanza, etc.
¿Es difícil abordar estos temas?
Sí, siempre es difícil. Hablar de duelo y muerte, especialmente con niños y niñas pequeñas, nos atraviesa y nos pone tristes. Pero tomarlo con naturalidad y usar herramientas pedagógicas lo hace más abordable. Cuando las personas adultas damos ese paso cambia la experiencia de los niños. Ellos sienten contención, seguridad y alivio.
Mostrar a las familias la importancia de ser el adulto que acompaña y abre el tema también es clave. Los niños lo van a vivir igual, pero cuando la escuela y la familia trabajan juntos, cambia el significado que reciben. No es una cátedra ni una lección formal: es acompañar, dar sentido y habilitar la palabra. En nuestra escuela creemos que no podemos quedarnos callados frente al duelo. Es parte de la vida y debemos trabajarla, acompañarla y hablarla para que los niños puedan transitar de manera acompañada y segura.
La experiencia y la capacitación nos mostraron que cuando se habla del tema, cuando lo traemos al aula, aparece cierto alivio. No quiere decir que no duela, pero sí que se puede trabajar. En nuestras intervenciones vimos que conversar sobre esto calma la ansiedad, la inseguridad y la incertidumbre, y demuestra que es posible acompañar.
«La experiencia y la capacitación nos mostraron que cuando se habla del tema, cuando lo traemos al aula, aparece cierto alivio»
¿Creés que el duelo es algo que también se puede enseñar?
Transmitir que la palabra tiene que circular es una enseñanza. El duelo y la muerte son parte de la vida. Por eso elegimos tomarlo, hablarlo y generar aprendizajes a partir de eso. En vez de evitarlo, buscamos transitarlo, y que los chicos puedan hacerlo con el acompañamiento de sus familias y de la escuela. El gran aprendizaje es entender que todos vamos a atravesar una pérdida y vamos a sufrir. Dar herramientas a los chicos para transitar, vivir y hablar del duelo y de la muerte es fundamental. Aportamos un granito de arena en su formación, ayudándolos a conectarse con lo emocional, algo clave en nuestra sociedad.
Ese aprendizaje va más allá de lo académico o tecnológico: es volver a lo humano, a la esencia de la escuela, al vínculo entre las personas y a cómo acompañamos emociones y duelos. Trabajamos en cómo conectarse con los propios sentimientos y cómo actuar frente a un otro que atraviesa una pérdida. Al empezar a abordar el tema, vimos que hay más situaciones de duelo de las que imaginamos, y que cada persona se ve impactada de manera distinta. Por eso es fundamental reflexionar sobre qué hace cada uno y cómo acompaña la comunidad. Un aspecto clave es valorar la diversidad y lo diferente: no sólo tolerar o aceptar, sino reconocer cómo lo que otros viven y sienten puede enriquecer nuestra forma de vivir y de acompañar.

“La experiencia y la capacitación nos mostraron que cuando se habla del tema, cuando lo traemos al aula, aparece cierto alivio”, explica Esteban, transformando experiencias dolorosas en aprendizajes que transforman una comunidad educativa por completo.
¿Cómo impacta una situación de duelo en la vida cotidiana de la escuela?
Cuando ocurre, atraviesa directamente a toda la institución. Nuestra escuela no es s+olo académica; lo vincular es parte central de nuestra propuesta pedagógica. Por eso, cuando hay un duelo, lo vivimos en comunidad. No le pasa sólo a una persona: impacta a la familia directa, a los compañeros, a los otros niveles. Somos una escuela grande, pero muy cercana, siempre hay un amigo, un pariente, alguien vinculado. Entonces necesitamos sostenernos como comunidad
¿Y cómo es la comunicación con las familias en esos momentos?
No tenemos recetas ni protocolos fijos, pero sostenemos una línea: esto se habla, también con las familias. A veces es difícil conversar con los hijos sobre la muerte, pero cuando en la escuela circula la palabra, se abre también esa posibilidad en casa. Según cada situación organizamos reuniones con familias: individuales, en pequeños grupos o más amplias, siempre con el objetivo de acompañar. La alianza familia–escuela es clave y la planteamos como base de nuestra propuesta pedagógica; en el duelo esto cobra aún más fuerza. La escuela no esquiva el tema: lo toma, lo trabaja con chicos y familias, generando contención mutua, construcción colectiva, explicando qué hacemos y escuchando cómo lo viven. A algunas familias les resulta difícil, pero creemos que la escuela puede ser una ayuda también para ellas.
A lo largo de los años ¿Qué fuiste aprendiendo del duelo escolar? ¿Cómo pensás que cambió tu mirada sobre cómo abordarlo?
Un cambio central fue incluir el duelo dentro de la planificación docente anual. Antes se trabajaba sólo cuando aparecía una situación concreta; hoy buscamos que sea un tema que atraviese todo el año. Hablar con naturalidad fue otro gran cambio. No deja de ser triste ni doloroso, pero sentimos que hoy podemos trabajarlo y aportar a nuestros alumnos herramientas de inteligencia emocional para transitar la vida: validar emociones como la tristeza o la angustia, habilitar que un chico pueda llorar y reconocer lo que siente. El crecimiento profesional también fue clave. Este proceso fortaleció al equipo docente y a la escuela en general: contar con protocolos o anticipar cómo trabajar una situación brinda más seguridad y contención.
El crecimiento institucional se refleja en que, antes, prácticamente no se hablaba de duelo en las escuelas; hoy en la nuestra sí, y mucho. De distintas situaciones surgieron proyectos concretos con los propios chicos como protagonistas, generando aprendizajes, propuestas y actividades con sus compañeros. El mayor aprendizaje es formar ciudadanos sensibles, con inteligencia emocional, capaces de afrontar situaciones difíciles que inevitablemente aparecerán en la vida. Ese es, tal vez, el cambio de mirada más profundo que atravesamos como escuela.
«Un cambio central fue incluir el duelo dentro de la planificación docente anual. Antes se trabajaba sólo cuando aparecía una situación concreta; hoy buscamos que sea un tema que atraviese todo el año.»
¿Qué mensaje le darías a otras escuelas que enfrentan el desafío de acompañar a su comunidad en un duelo?
Creo que lo importante es animarse. Nos ofrecimos a trabajar con otras escuelas y acompañarlas en este tema, pero la clave es atreverse. Tenemos herramientas pedagógicas para hacerlo y podemos aportar como escuela.
Pensando hacia adelante, ¿qué proyectos o espacios imaginas que pueden ayudar a fortalecer este acompañamiento?
En el último tiempo incorporamos un comité que se reúne todos los viernes, con representantes de todos los niveles, para pensar juntos cómo seguimos y qué hacemos con cada situación. Es nuestro modelo de gestión: nada lo resolvemos de manera individual, todo lo construimos en equipo y junto con la comunidad. Así fue el recorrido en aquel momento y así seguimos trabajando hasta hoy, lo que nos permite sostener estos procesos. Además, trabajamos lo emergente, como cuando un alumno llega afectado por la pérdida de una mascota; se generan dinámicas para acompañarlo.
También planeamos talleres con familias y capacitaciones docentes. Este año, por ejemplo, realizamos una capacitación sobre duelo con veinticinco o treinta docentes. Incluso estamos pensando en talleres con familias, para abrir espacios de diálogo anticipados.
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