> NARRATIVA
Patricio
Por Aldana Epele
Buenos Aires, Argentina, septiembre de 2025
Siento el frío en mi nariz
Golpea con firmeza mis pulmones
Florece en mí un amor hipnótico
Como la luna creciente.
Todas las mañanas veo a la hija de Patricio. Patricio comenzó con un dolor de espalda que asoció a haber hecho un mal esfuerzo durante una mudanza. Fue al médico luego de varios días de dolor y volvió a su casa con una radiografía que mostraba una mancha en el pulmón.
Desde ese día, Patricio vivió veintinueve días más. El dolor punzante en la espalda era una metástasis en la columna que se iba haciendo paso entre sus vértebras. No había nada para hacer. Fue medicado para el dolor y se quedó en la casa… sentado, única posición donde no sentía tanto dolor. Podía ir al baño y volver. Los últimos días en su casa fueron así. Caminatas pausadas por los pasillos, vueltas arrastrando los pies. El dolor lo mordía fuerte, cada vez más.
Un día no se pudo levantar. Una vértebra no aguantó más y había estallado, aplastándole la médula espinal. Llamó a su hija y ella le gestionó una ambulancia para que fueran al hospital. En el trayecto, Patricio la miró con los ojos húmedos y una sonrisa, como tratando de decirle que no tenía miedo, que estaba todo bien.
El resto fue una pesadilla. Lo intervinieron quirúrgicamente, algo con lo que el médico paliativista no estuvo de acuerdo, pero por lo menos lo ayudó con el dolor. Sin embargo, cuando despertó de la cirugía, Patricio no podía hablar. Había tenido un ACV en la operación, dejando como resultado una lamentable afasia de expresión.

Aldana participó del TALLER «Una poética de la clínica | Escribimos historias de pacientes» de Cultura Paliativa, en mayo de 2025. Este texto forma parte de esa experiencia.
Todas las mañanas veía a la hija de Patricio, a su hija, que tuvo que ser testigo de cómo su papá, en veintinueve días, se deterioró a una velocidad indescriptible, al punto de ni siquiera poder levantarse, lavarse la cara, peinarse.
Desde mi lugar de terapista ocupacional, entendí la situación rápidamente. Patricio iba a morir pronto. La sedación paliativa era la opción que más se acercaba a sus directivas anticipadas, muy claras, por cierto.
Patricio estuvo dos días en la cama del hospital, sin poder hablar. Toda la familia fue a verlo, a acompañarlo, a despedirse. Yo, como terapista ocupacional, fui también. Lo acomodé en la cama para que estuviera cómodo y sus secreciones no lo molestaran y me aseguré de que el ambiente estuviera tranquilo y confortable.
Su hija le cantó su canción favorita, lo agarró de la mano, le dijo que lo iba a extrañar toda la vida.
Finalmente, gracias a la acción de los fármacos, Patricio se durmió. Dejó de sentir, de escuchar, de sufrir. A los dos días de dormirse, Patricio falleció.
Tan rápido, tan joven. Esos bellísimos ojos verdes se cerraron y nunca más se volvieron a abrir.
Todas las mañanas veo a la hija de Patricio. Me miro al espejo y ahí está. Y con el corazón todavía en pedacitos, me peino, me lavo la cara. Agarro mi ambo y voy al hospital. A atender a más Patricios. A acompañar a más Aldanas. Y dentro de mi cabeza, a veces, canto la canción favorita de mi papá.
* * *
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