La columna de la columna

Podemos preguntarnos, y con mucha razón, ¿qué es lo que nos vamos a encontrar en una columna que reflexiona antropológicamente sobre la manera en la que nos enfrentamos con la muerte y el duelo hoy? Esta es una pregunta con múltiples respuestas, ya que siempre y de diversas formas estamos pensando en este tema.

Tomando como punto de partida la ficción, trataremos de entender cómo diversos formatos, escritos y audiovisuales, exploran los límites de nuestra condición de finitud. Charlaremos sobre la inteligencia artificial, tan presente hoy en nuestras vidas, como una nueva tecnología disponible para repensar las maneras en las que lidiamos con el duelo, profundizaremos en los perfiles de organizaciones dedicadas a abrir espacios específicos para tratar estos temas, conoceremos intervenciones urbanas para el recuerdo de quienes ya no están, prácticas funerarias “alternativas” a las que asociamos con nuestro sentido común y, por qué no, compartiremos alguna que otra curiosidad bizarra que nos permita tomarnos estos temas con algo de humor. Todo, como vamos a ver, puede ser un punto de partida interesante para reflexionar acerca de cómo lidiamos con el morir.

Sean bienvenidos y bienvenidas.

Death techs #0

Una mirada antropológica sobre la muerte

Cuando alguien piensa sobre la experiencia humana de morir, casi siempre viene a la mente la idea de que existen tantas formas de enfrentarse a la muerte como personas en el mundo. Y esto, en un sentido, no es algo del todo errado. En efecto, existe un abanico potencialmente ilimitado de posibilidades a la hora de dar sentido a un fenómeno tan complejo como el de ser seres conscientes de su propia finitud. Pero, por otra parte, la muerte como tal siempre nos invita a reflexionar acerca del carácter colectivo y social de nuestra existencia. Y aquí es donde damos el paso desde una perspectiva subjetiva sobre el morir hacia la necesidad de entenderla como un hecho cultural. Porque, aunque también vivimos individualmente los efectos que la muerte y el duelo tienen sobre nosotros, los sentidos con los cuales podemos asociarla se construyen a partir de los sistemas culturales de las sociedades de las cuales formamos parte.

Este es, en parte, el porqué de la necesidad de tener una mirada antropológica sobre la muerte. Pensar antropológicamente cualquier fenómeno implica, en gran medida, desarmar los sentidos comunes asociados e intentar comprender cómo la forma en la que se manifiesta específicamente en un grupo humano se vincula con las características culturales propias de esa sociedad. Aplicar este tipo de reflexión a nuestra forma de vincularnos con la muerte nos permite entender qué tiene de específica la manera en la experimentamos el morir en nuestra cultura y cómo esto está ligado a las demás dimensiones de nuestro cotidiano. De hecho, existe una rama específica de la antropología cultural —la Antropología de la muerte—, que se dedica puntualmente a analizar cómo las diversas culturas humanas lidian con el fenómeno de morir y duelar.

Actualmente, nos encontramos en un contexto de globalización y tecnologización de la vida social que ha generado que la forma en la que lidiamos con la muerte en nuestra cultura se encuentre intervenida por nuevas dinámicas cuya propia velocidad de aparición y desarrollo no nos permite tener el tiempo de sentarnos a reflexionar críticamente. ¿Hay que esperar hasta tener una “distancia epistemológica” suficiente, como acostumbramos, o estos nuevos desarrollos veloces implican repensar los tiempos y las formas de análisis, reflexión e intervención? ¿Debemos sentarnos a esperar los impactos de tecnologías que ya producen efectos en nuestra forma de ver la vida y la muerte cuando aún no han terminado de aparecer? Quizás el primer paso sea identificar estas tecnologías, observarlas, deconstruirlas, ponerlas en contexto con la simple finalidad de entenderlas. Comprender que, después de todo, hemos sido los seres humanos quienes las hemos creado.

Podemos deducir, a partir de ramas de la ciencia como la Antropología de la muerte, que los sentidos sociales que asignamos al morir (sean o no reflexivos) se construyen colectivamente y en vinculación directa con todas aquellas tecnologías —en un sentido amplio de la palabra tecnología— que nos rodean. Como seres humanos que forman parte de una sociedad occidental moderna, hemos atravesado cuestiones que van desde la invención del antibiótico hasta el respirador artificial, tecnologías que han prolongado más allá de la imaginación nuestra capacidad de vivir y que nos han generado tantas preguntas y reflexiones en torno a qué significa morir y, en consecuencia, cómo debemos despedirnos de quienes ya han enfrentado esa experiencia.

Hoy la tecnología vuelve a invadir nuestras vidas. La inteligencia artificial avanza a pasos agigantados en un mundo donde la clonación y la modificación genética son posibilidades palpables. Frente a este escenario, una mirada antropológica de la muerte nos permite hacernos algunas preguntas clave en la comprensión de cómo estos fenómenos modifican y construyen nuevas maneras de lidiar con nuestra mortalidad. ¿Es morir un devenir o una práctica, plausible de ser perfeccionada, ajustada? ¿Es posible desarrollar aplicaciones para celular que nos ayuden a cultivar una conciencia de finitud? ¿Puede la inteligencia artificial ser entrenada para “reemplazar” a un ser humano fallecido, o para sostener su legado o memoria más allá del tiempo que ha vivido? ¿Podemos construir nuevas formas de duelar a nuestros seres queridos en las cuales intervengan las redes sociales, la virtualidad o la realidad aumentada? ¿Qué nuevas maneras de despedir a quienes mueren se pueden pensar a partir de las nuevas tecnologías? Y, quizá con un poco más de profundidad filosófica, ¿dónde está el límite de lo humano en todo esto? ¿Puede morir un androide comandado por inteligencia artificial?

Es aquí donde reflexionar antropológicamente sobre el morir hoy nos es útil para comprender los límites siempre dinámicos de nuestra condición humana. Vivir conscientes de nuestra finitud en un mundo cada vez más global y tecnológico nos lleva a la necesidad de pensar creativamente cómo podemos lidiar con esta dimensión de nuestra existencia. Hoy, la negación de la muerte de mediados del siglo pasado va dando lugar a experiencias que intentan reincorporarla dentro del cotidiano de la vida social (sin que esto signifique necesariamente una “vuelta” a valores tradicionales). La idea de tener una mirada antropológica sobre la muerte es una invitación constante no solo a estar atentos a aquellas cuestiones que modifican y construyen nuevos sentidos sociales sobre el morir, sino a reflexionar críticamente sobre estos como una forma de comprender a dónde nos llevan como humanidad (y guiar ese rumbo, por qué no, por caminos que nos parezcan los correctos). Mirar antropológicamente la muerte, en un mundo tan global y tecnologizado, implica no perder aquello que, quizá, nos define como seres humanos: la capacidad de reflexión sobre nuestras propias prácticas.

En esta sección de Cultura Paliativa, que denominamos Death Techs: una mirada antropológica, nos dedicaremos a pausar la mirada sobre algunas de estas tecnologías (las que están disponibles y las que vayan surgiendo), para tratar de atisbar qué gestos humanos, qué necesidades, qué miedos podemos reconocer en su surgimiento, cómo ayudan a vincularnos saludablemente con el morir o cómo entorpecen procesos con fines comerciales o de aprovechamiento de la situación de vulnerabilidad en la que el morir nos pone como cultura occidental.

Death techs #1

¿Vuelvo enseguida?

¿Quién no ha deseado, alguna vez, volver a encontrarse con algún ser querido que ha muerto? ¿Por qué nos duelen tanto esas muertes abruptas, que rompen con la rutina, y que no nos dan tiempo siquiera a despedirnos? Si bien revivir a una persona fallecida es un acto fuera de nuestro alcance (al menos por el momento), la ciencia ficción, de la mano de la serie Black Mirror (disponible en Netflix), nos permite reflexionar acerca de la continuidad de los vínculos después de la muerte, en una época en que los humanos ya no somos los únicos guardianes de la memoria. 

El episodio de 2013 Be right back (algo así como “Vuelvo enseguida”) nos presenta a Martha y Ash, una pareja británica con una vida relativamente tranquila. La crisis se desata, sin embargo, cuando Ash no regresa de uno de sus viajes cotidianos. Se da a entender que falleció en un accidente automovilístico. Y es aquí donde comienza un nuevo capítulo para Martha: deberá aprender a convivir con el hecho de que su compañero de vida ha fallecido de forma repentina (¿o es posible acaso vivir negándolo?).

La narrativa nos muestra cómo, a lo largo del tiempo, Martha apela a diferentes dispositivos tecnológicos para “comunicarse” con Ash. Primero vía chat y luego por teléfono (a través de una IA que ha compilado las formas de expresión de su pareja almacenadas en sus dispositivos e interacciones), y, finalmente, comprando un androide que se asemeja bastante a Ash, pero no es él

Nos encontramos con el caso de una persona que, mientras se aleja de sus seres queridos, deposita en la tecnología la esperanza de poder reconectar con aquella persona a quien amó. Cabe preguntarnos (más aún teniendo en cuenta que actualmente la tecnología puede ocupar ese lugar en nuestras vidas, ya que existen IA capaces de “reemplazar” a seres fallecidos): ¿se encuentran alineados estos dispositivos con la necesidad humana de transitar el duelo, o sea, de asumir la pérdida que se ha generado, y de ir encontrando el nuevo lugar que ocupa esa persona en nuestras vidas? Esta imposibilidad de Martha de asumir la pérdida se ve reflejada en el hecho de que, por momentos, proyecta en los objetos físicos la existencia de Ash. El celular por el que habla con él se vuelve él, al punto que sufre nuevamente la pérdida cuando, por un descuido, se le cae el teléfono al suelo.

Una escena del capítulo «Vuelvo enseguida» (2013), de la serie Black Mirror.

Pero la protagonista también se ve conflictuada por este proceso. La IA que reemplaza a Ash se alimenta de la información que él volcaba día a día en sus redes sociales. ¿Es ese el recuerdo que tenemos de la persona que ya no está? ¿O son también los conflictos, las íntimas vulnerabilidades y lo que nos hace sentir estar con quienes amamos lo que los hace quienes son? ¿Es posible almacenar una emoción? Martha ve en su nuevo androide una versión pulida de su difunta pareja. No es completamente él, no tiene la profundidad de un humano real. Es un filtro de todo lo que se ha publicado “para los demás” en las redes sociales. No discute con ella, no la contradice en nada, no sabe captar las sutilezas de los juegos íntimos que tenían. 

Frente a nuestra dificultad para asumir las permanentes pérdidas que nos plantea la muerte de nuestros seres queridos, ¿tiene sentido intentar captar en una nube de datos toda la complejidad de la condición humana?

Death techs #2

El valor del recuerdo

“Y por solo USD 7,99 mensuales tus seres queridos van a poder disfrutar de recordarte cuando ya no estés.” Parece extraño, ¿no? Casi irreverente. Pero esto no es una idea mía. Es un proyecto específico llevado a cabo desde 2022 por la organización Here After (“De aquí en adelante”), que desarrolló una aplicación que utiliza inteligencia artificial para registrar nuestros recuerdos, con el objetivo de compartirlos con nuestro entorno una vez que hayamos muerto. Aquello que hace una década era parte del imaginario social de la ciencia ficción, hoy, en pleno y exponencial desarrollo de la inteligencia artificial, se vuelve una realidad concreta (y paga).

Lo cierto es que los seres humanos, a la hora de enfrentarnos con el proceso de hacer el duelo de quienes ya no están, hemos recurrido históricamente a la necesidad de “mantener el recuerdo” como una forma de homenaje a los otros: cartas, fotos, anécdotas, lápidas, urnas… son mecanismos de los cuales nos hemos valido para sostener vívidos en nosotros las emociones y pensamientos que nos provocaba esa persona. Y en la era digital que estamos habitando, es de esperarse que nuestras maneras de encarar el recuerdo de los difuntos se alimenten de las potencialidades que nos otorga hoy la tecnología. Los recuerdos se almacenan, literalmente: mientras se está con vida, se puede decidir qué fotos, registros de voz y anécdotas narradas se pueden dejar grabadas, como antes hubiéramos armado una caja o un cuaderno de recortes y escritos. Luego, nuestros seres queridos podrán “conversar” con nosotros en tiempo real. El hardware de la memoria, que antes se llamaba mente y corazón, ahora se mide en gigabytes.

Pero esta posibilidad no es necesariamente gratuita. Y aquí aparece la reflexión acerca de cómo, en nuestras sociedades capitalistas, incluso los dispositivos de recuerdo de las personas fallecidas pueden volverse una mercancía. Esto, obviamente, no es nuevo. Todos sabemos el costo de sostener una parcela de tierra o una lápida en el cementerio, o el precio de una cremación y una urna funeraria. Debemos tener cautela respecto de la dimensión de desigualdad que este tipo de prácticas conllevan en algo tan sensible y universal como el duelo humano. ¿Queremos vivir en un mundo en el cual la cantidad de historias y fotos a partir de las cuales uno puede ser recordado dependan de cuánto pueda pagar mensualmente? Parece un capítulo de Black Mirror hecho realidad. Y yendo a un hipotético extremo en el cual la mayor parte de los mecanismos de recuerdo de los difuntos estén atravesados por este tipo de herramientas, ¿qué pasará con aquellos que no tienen dinero para pagarlo? Probablemente lo mismo que ocurre hoy con aquellos que mueren en el anonimato: caerán en el olvido colectivo.

Pese a estas consideraciones, la idea de una aplicación en la cual una versión nuestra entrenada con inteligencia artificial pueda hacer un racconto de nuestras vivencias profundas para compartirlas con aquellos que amamos no deja de generarnos intriga e interés. Pero hay una pregunta que, frente a este escenario, se presenta con fuerza: ¿no sería mejor fomentar la construcción de una sociedad en la cual nos podamos compartir esa información en vida?

DARÍO IVÁN RADOSTA

Doctor en Antropología

Oriundo de General San Martín (provincia de Buenos Aires, Argentina), después de un secundario dedicado a la electrónica, decidió probar suerte en la Antropología, para buscar respuesta a las preguntas que se venía haciendo hacía tiempo.
Se dedica a investigar las prácticas de cuidado en final de vida dentro del movimiento hospice en Argentina.
En 2022 presentó su tesis doctoral, en la cual continuó intentando entender la forma en la que los seres humanos nos vinculamos con el morir.
Participa de varios proyectos de investigación dedicados a promover la (re)inclusión de la muerte dentro del cotidiano de la vida social. Además, es docente en la Universidad Nacional de San Martín y en la Universidad Favaloro.
En su tiempo libre intenta jugar al hockey y de a ratos se dedica a su pasión no académica: tocar el piano.
Su correo electrónico: diradosta@gmail.com
Su proyecto de difusión: Hablemos de morir

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