DUELOTECA #3
El salto extraordinario
por Mary Coller
Diciembre de 2024
Hace unos días fui a ver La habitación de al lado, la última obra de Pedro Almodóvar.
Termina la película y escucho a alguna gente que se ríe mientras se va yendo de la sala. Mientras tanto, sentada en la butaca, me siento subyugada por lo que acabo de vivir. El canto de los pájaros y el fulgor de la nieve siguen cayendo sobre el mundo de los vivos y los muertos.
La película es una crónica impactante de la belleza de morir, de la muerte como una declamación: la protagonista elige morirse como si hubiera elegido vivir, con toda naturalidad y pasión.
Conmovida y sin poder moverme, pienso en las veces que me tocó escuchar relatos similares. No puedo alejarme de mi historia para procesar lo que sentí.
Pienso que ser paliativista es también ser un poco corresponsal de guerra. Y pienso si fui capaz de escuchar y alojar un planteo semejante. Paralizada en la butaca, mi corazón va cayendo en una catarata de preguntas.
¿Cómo se construye una escucha con tanta delicadeza? ¿Qué hilos invisibles se traman para sostener esa red subrepticia y subterránea?
¿Se muere igual en Arroyo Las Minas, en los esteros del Iberá o en las costas del Pacífico que en Buenos Aires? ¿En China? ¿En el pueblo donde nací? ¿En Canadá? ¿Cómo se muere en el impenetrable chaqueño?
¿Podemos opinar sobre las decisiones que se toman en torno a las diferentes maneras de morir?
Creo que los sistemas sanitarios se apropiaron de algo que no les pertenece. Ya no importa cómo, pero tienen que empezar a soltarlo. Porque hay necesidades que, a pesar de los intentos, es difícil que podamos alojar.
Existe un modo normado de aprender y a veces de escuchar que arrastra costumbres solapadas, incluso en torno a un acto profundamente vital como es morir. Hay una idea de un más allá en la que estamos inmersos, aunque nos resistamos: un más allá de corte netamente religioso, incluso si no pertenecemos a ninguna religión. Es casi una advertencia, que nos deja frágiles frente a otras escuchas posibles.
Se va colando sutilmente la idea de un dios o un algo más, como toda explicación frente a la inminencia de la muerte, y a veces también una espiritualidad sacra, impoluta, sin rasguños, de oración o meditación resignada, que puede obturar otras oportunidades, donde las decisiones autónomas sobre el propio cuerpo, la propia vida, incluso sobre el propio sufrimiento soportado, están tan subvaluadas y desvalidas que pierden frente a esa hegemonía. Y alejan otras posibilidades, como la que acabo de ver: un acompañamiento amoroso, libre y comunitario de las decisiones, que insiste en parecer novedoso, pero que intuyo perpetuando a la especie desde hace miles de años.
Incluso desde las áreas donde miramos y nos ocupamos más activamente de estas cuestiones, tampoco estamos a salvo. Algo del merecimiento religioso de la vida, el individualismo, la valoración de una inmolación familista, de amor pero también de sacrificio, están tan presentes en nuestros sistemas que aprender a escuchar otros sentidos parece una tarea casi imposible.
Dice Liliana Ancalao, poeta mapuche patagónica, en su poema ngen kütral:
…no existe para nosotros un lugar en el más allá llamado infierno / ni el fuego eterno donde arderemos con el crujir de dientes si no ponemos al jesús en nuestra boca / existe el más acá / y una sequía que avanza en remolinos con tucuras que trituran nuestro campo / el más acá y el sedimento de un lago ya desaparecido que flota por sobre la ciudad / el tan acá y un incendio de bosques imparables y el quejido de los árboles que pagan el tributo de ser bellos y libres con raíces y hojas que nos miran…
Tilda Swinton y Julianne Moore, en una de las escenas de la película dirigida por Pedro Almodóvar (2024).
Pienso también que hay algo —mucho— de sistema capitalista, patriarcal y productivo que se cuela en todo el discurso sanitario, y su invisibilización normaliza nuestros actos sin que nos demos cuenta.
La película habla del neoliberalismo como uno de los males del mundo, como un atentado a la propia humanidad. El mercado, el valor supremo del dinero y la guerra construyen un mundo que —como vamos— nos lleva inexorablemente a la destrucción.
Creo que nos obstruye la mente y sobre todo el corazón. Como mínimo, no todos tenemos aquí un lugar, en este más acá, y el valor de la vida necesita demostrarse todo el tiempo frente a la supremacía de estas desigualdades.
El sistema sanitario está profundamente contaminado por esta lógica, no solo en su funcionamiento, sino en cómo aborda la esencia de la enfermedad.
En la atención de los pacientes muchas veces aparece el lenguaje de guerra, bélico, se los nombra guerreros. Y no hace falta luchar o detentar poder sobre el azar o lo que viene sucediendo. No hace falta para vivir y menos aún para morir. Muchos sienten un gran desvalimiento cuando les toca atravesarlo. Pero son tan habituales estos modos, que ni siquiera se les permite decirlo.
Si la muerte es una derrota, ¿cómo poder mirarla? ¿Y cómo y qué decidir sin poder mirarla?
Esta película es un río que corre desbocado a contracorriente: lo imprevisible, lo tabú, lo inesperado, un empuje irreverente al devenir. Exhibe a la propia muerte como deseo profundo y en consecuencia, la acción de concretarla. La protagonista no muere en un lugar conocido. Decide morir cuando mejor se siente. No habla con su hija. No se despide de nadie. No pide ayuda a sus afectos más cercanos. No vuelve a ninguno de sus lugares felices. Hace todo lo contrario a lo que parecen ser los mejores recursos de acompañamiento.
Se muere —decide morir— en el día más hermoso y luminoso porque siente que desea irse bien —limpia y seca, dice— después de una vida intensa y difícil, como una celebración de su propia humanidad. Hospeda la aventura de morir, celebrando el futuro y no el pasado.
Se muere —decide morir— acompañada por una amiga de tantas, con la que crea en sus últimos meses un vínculo amoroso y de confianza que se convierte en su último amor humano, cómplice.
Se muere —decide morir— sostenida para dar ese salto extraordinario, riéndose de los prejuicios, de la norma, de la prohibición. Incluso de la muerte, a pesar de su temor.
Esta película es una celebración de las posibilidades del final, pero también de la humanidad como proceso colectivo, del ciclo humano sobre la Tierra, de los límites que también constituyen este modo de habitarla.
Es una invitación a mirar estos instantes con la belleza que merecen, a ir hacia el futuro en el curso natural de vida / muerte del planeta, con el pasado que desaparece, sin buscar la trascendencia individual y empecinarse en la propia vida a cualquier costo.
Morir y unirse a la descomposición del mundo para que pueda volver a componerse, para que pueda seguir girando. Volver al mundo en un acto de humildad humana, atraparlo y revelarlo a través del acompañamiento amoroso de esos pocos e imprescindibles pasos.
Y como corolario, la omnipresencia de la soledad ante la muerte como otro acto elegido, que realza con belleza y con templanza la autonomía de una vida que culmina, colmada de gestos de bondad, de ternura, de cuidado, de respeto por la libertad: la libertad de morirse cuando se siente que todo terminó.
Me acabo de morir. Despídanme. Soy un simple ser humano que se va.
Termino de escribir este relato y, después de muchos días, siento que me puedo levantar de la butaca.
Mary Coller
Médica especialista en Medicina General, Cuidados Paliativos y Políticas de Cuidado con perspectiva de género.
Río Negro, Argentina
+Cultura Paliativa
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Vi también la película» En el cuarto de al lado» y apaludi cuando termino, sólo yo en la sala hizo eso, pero senti una bocanada de aire fresco, al empèzar a desglosar el ms de la pelicula como la ruptura con los absolutos de posturas rígidas y normativas, que impiden ver lo que cada ser humano puede desear para su final, al punto que cientos o miles de seres humanos ni siquieran se atrevan a formularse la pregunta, Que deseo?, que realmente quiero?, cómo lo quiero?, en dónde? y con quienes?.
La historia de la protagonista nos muestran una mujer valiente, decidida y activa hasta el final. Con una iucidez que causa admiración y el deseo de que cuando a uno le toque pueda pensar como ella misma lo dice- cuando todavía hay tiempo de hacerse y contestarse las preguntas alrededor de la propia vida-muerte-. Pensé también que buen ejemplo para llevar a encuentros, debates, cines clubs con población en gral y palitivistas para dar debate, confrontación de opiniones, posibilidades y lugar al mal traído y manoseado concepto de libertad.
Muy recomendable, impecable actuación de dos grandes, preciosa fotografia, pinceladas de arte como fondo de los recursos cinematográficos pero también humanos. En fin una de las pelis que te hacen reflexionar en lo que acabas de ver, sentir, compartir con el director, pero también que te llevan a la reflexión de la necesidad de no postergar las preguntas aunque sólo sea para balbucear las respuestas.