> MIRADAS
Nuestra finitud, una oportunidad para volver a lo esencial
Por María Eugenia Gasparý
Rosario, Argentina, octubre de 2025
¿Qué sucede en el encuentro con quienes transitan enfermedades crónicas y finales de vida? Acompañar personas que deben enfrentar el final de su vida es un desafío, pero a la vez un regalo para quien tiene esa oportunidad. ¿De dónde surge el deseo de acompañar el sufrimiento? ¿Qué secretos revela este acto de cuidar que transforma a quienes lo viven?
* * *
En ocasiones, hablar de cuidados paliativos genera miedos y dudas. Éstos buscan aliviar el padecimiento físico, psíquico, social y espiritual, priorizando a la persona y su dignidad, respondiendo no solo a las necesidades sino recuperando sus recursos.
Tengo un trabajo privilegiado: acompaño a personas en procesos de enfermedad crónica, final de vida y duelo. Es una práctica profesional de alto impacto subjetivo, que me transforma en cada encuentro. Estar al lado de una persona en un momento tan significativo de su vida despierta en mí gratitud y respeto.
¿Cómo es posible desear trabajar con el sufrimiento? ¿Acaso con el propio no es suficiente? La riqueza que puede comportar el vínculo de acompañamiento -mutuo- en un contexto de vulnerabilidad es inconmensurable. Porque al final del trayecto ambas personas somos distintas, aunque sigamos siendo nosotras mismas.
Similar a otros vínculos de amor, las huellas calan hondo y son para siempre. Incansablemente corroboramos la relatividad del tiempo cronológico cuando generamos conexiones con otros: aquellos espacios de tiempo –fuera de tiempo– donde podemos construir tesoros, lo único que verdaderamente formará parte del equipaje cuando hagamos el viaje definitivo. En esos espacios de conexión hay belleza y verdad escondidas en los segundos que se vuelven eternos.
¿En qué mundo queremos vivir?
Vivimos rodeados de estímulos y ofertas infinitas, con exceso de ruido y poco silencio. Podemos modificar la fórmula si le imprimimos mayor atención a nuestras rutinas diarias y ralentizamos el ritmo cotidiano. Me pregunto: ¿adónde vamos cuando estamos apurados y distraídos?
En general, tenemos pocas conversaciones sobre nuestras flaquezas humanas y escasos espacios donde intercambiar ideas acerca de qué hacer, y cómo hacerlo, con el malestar que nos generan temas como la enfermedad, el deterioro y la muerte.
Sin embargo, todos tenemos responsabilidad por la vida: por la propia, a nivel personal, pero también por la social, a nivel colectivo. El diagnóstico de una enfermedad no golpea únicamente a la persona que se vuelve paciente, también lo recibe la familia, amigos, compañeros. Somos seres vinculares en conexión con los otros.
Aceptar que parte del sufrimiento humano es inevitable es un gesto de madurez y de amor; y permanecer allí, en vez de huir, es un gesto de nobleza y de coraje.
«Confiar en los procesos es confiar en la vida […]. Todo bajo la condición de no pretender controlar ni dirigir, sino acompasando el devenir desde nuestra presencia.»

¿Condena u oportunidad
Reconocemos el sufrimiento y lo acogemos, para acotarlo cuando se puede y acompañarlo siempre. No será dándole la espalda o negándolo por mucho que nos cueste mirarlo de frente.
Entramos en un terreno que requiere respeto y un cuidado exquisito. Para esto es necesario impregnar la escena de atención, a los detalles y al modo de compartirnos. Construimos con palabras, abrazos, silencios y más palabras. Éstas pueden rescatarnos, aliviarnos y elevarnos; o bien lastimarnos profundamente. La comunicación, incluida la no verbal, asume un rol protagónico.
Apagamos el ojo para no perdernos en el bombardeo de imágenes y desconectamos el oído para silenciar el ruido que ensordece, y así, conectamos con lo primordial haciendo foco en el reverso de la realidad, que nos trasciende y nos sostiene. Porque allí es donde podemos ver lo invisible y escuchar lo que no puede ser dicho.
«Nuestra finitud no tiene por qué ser desesperación: también puede ser oportunidad de volver a lo esencial, inclusive cuando la muerte es inminente.»
Amar el reverso de la vida es apostar por ella. Significa habitar la complejidad de cuidar más allá de lo que se pueda curar. Nuestra finitud no tiene por qué ser desesperación: también puede ser oportunidad de volver a lo esencial, inclusive cuando la muerte es inminente.
Quien logra conectarse con ese reverso –con el amor y la compasión– se acerca a la última metamorfosis con mayor paz.
Confiar en los procesos es confiar en la vida. Es estar en el lugar correcto, en el momento justo, cuando las circunstancias se forjan de tal modo que un encuentro terapéutico entre dos seres se vuelve posible. Todo bajo la condición de no pretender controlar ni dirigir, sino acompasando el devenir desde nuestra presencia.
Siento gratitud al acompañar a quienes transitan estos procesos, cuya última estación, cuando se da, es la sanación. Me permiten asomarme al misterio de la mano de un semejante que, tal vez, deba cruzar antes que yo. El particular aroma que recuerda mi memoria es un perfume que huele a confianza, incluso en medio de la incertidumbre.
* * *

MARÍA EUGENIA GASPARÝ
Psicóloga paliativista.
Vive y trabaja en Rosario, Argentina.
Es miembro y docente del Foro Iberoamericano de Espiritualidad en Clínica (FIEC), coordinado por Enric Benito. Su práctica clínica la desarrolla en consultorio, internación y domicilios de pacientes.
Transmite y se comparte desde su sitio web www.vidayfindevida.com.ar
+Cultura Paliativa
¿Se puede desear la muerte?
El deseo de adelantar la muerte (DAM) se nos presenta con frecuencia a quienes trabajamos en contextos de enfermedades graves e irreversibles. En esta nota, la psicóloga María Luz Gómez se adentra en el corazón de este fenómeno clínico, que muchas veces deja en jaque a los equipos de Salud, para pensar modalidades de respuesta.
Memento Mori
Susana Ciruzzi nos comparte algunas reflexiones originadas por la editorial del diario La Nación del 5 de enero, en relación a la eutanasia y su marco conceptual.
Dueloteca #3: el salto extraordinario
Hace unos días, la médica paliativista Mary Coller fue a ver «La habitación de al lado», la última película de Pedro Almodóvar, y nos regala para nuestra Dueloteca esta reseña profunda: «El salto extraordinario».