// Aprendiendo a andar

Cuidar a un bebé, a un niño o a un adulto es una de las responsabilidades más enriquecedoras para el crecimiento y el desarrollo personal, tanto para quien cuida como para quien recibe ese cuidado.

Dicen por ahí que una vez que aprendemos a andar en bicicleta es muy difícil que podamos olvidar cómo se hace. 

Recuerdo cuando mi tío corría a mi lado sosteniéndome del asiento y luego, en un nivel mucho más experto, solo ponía su mano sobre mi espalda. Él me daba seguridad, porque yo sabía que no me dejaría caer. Y con ese respaldo empecé a andar un poquito más rápido. En un momento, mi tío me dijo “¡Estás andando solo!”. Sin que me diera cuenta, me había soltado. Es verdad: me dio un poco de miedo, pero en mi rostro se dibujó una tímida sonrisa y en mi cuerpo sentí esa libertad inigualable que se siente al andar por primera vez sin rueditas. 

A veces nos preguntan cómo hacemos para cuidar, de dónde sacamos la entereza o la fuerza para hacerlo, pero la verdad es que acompañar pacientes al final de su biografía es un gran privilegio. Estas personas se transforman en verdaderos sabios que entienden y valoran lo que es realmente importante en la vida.

No podemos negar que nos llevamos varios raspones, pero ahora sabemos que son propios del crecimiento.

Al principio, sostendremos a ese ser que nos toca cuidar y acompañar para darle estabilidad y confianza. Luego, estaremos a su lado para guiarle y que de una manera más natural tenga la oportunidad de hacer su propio camino, como si pudiéramos regalarle, quizás, esa sensación de andar por primera vez en bicicleta. 

Soy Fredy, Licenciado en Enfermería, especialista en Cuidados Paliativos, ciclista apasionado y tengo el honor de invitarte a pedalear conmigo buscando historias, experiencias y aprendizajes de pacientes y sus familias, que nos impulsen a seguir avanzando y creciendo en este camino del cuidar. 

Allá vamos, por más calidad de vida. 

Cuidados sobre ruedas #1

A tu ritmo

Cierro los ojos y recuerdo con claridad mi primer viaje en bicicleta. La noche anterior casi no pude dormir: es que haría por primera vez el famoso camino al Balneario Iporá, que quedaba a 6000 metros de casa. Eran imponentes 6000 metros y no 6 kilómetros porque cuando tenés 6 años todo lo ves más grande. Además, me habían contado que tenía muchas subidas, bajadas y curvas peligrosas, que debía tener cuidado y no ir demasiado rápido.

Mi padre preparó todo. Íbamos solo él y yo. El almuerzo y la merienda estaban listos. Así que bien temprano, antes de que el sol se pusiera fuerte, arrancamos. ¡Qué felicidad! Mi sonrisa casi no entraba en mi rostro… Ya iban 2000 metros ¡y no me cansaba! No sabía que lo duro empezaría solo 500 metros más adelante. Luego de una curva a la derecha, apareció él, el Señor Repecho. Era tan grande que solo de verlo me había cansado. “Vamos despacio, pero no dejes de dar pedal”, me decía papá, y así fue que lo superamos. La bajada estuvo buenísima. La bici iba sola a toda velocidad. Pero de repente… apareció el hermano del otro Señor. Eran igualitos. Papá iba un poquito más adelante, mostrándome que se podía, pero en un momento no pude más. Papá me vio y se bajó de la bici. Se puso a mi lado y lo hicimos caminando. Yo estaba un poco frustrado por no poder, pero en realidad sí estábamos pudiendo, solo que un poquito más lento y caminando.

Antes de empezar a acompañar a alguien debemos comprender que cada persona tiene su camino, su recorrido con sus subidas y bajadas, y sobre todo, su ritmo personal para hacerlo. A veces más rápido, a veces más lento. Es que en la vida cargamos muchas cosas que pesan, pero no todo se ve. Historias, experiencias y vivencias que solo uno sabe.

Si intentamos ayudar a que la persona comprenda o solucione situaciones relacionadas a procesos físicos, emocionales o espirituales y no está preparada o no es el momento para eso, la vamos a quemar, agotar, sacar de ritmo, ya sea por exceso o por falta de estímulo. Esto es algo que personalmente me llevó tiempo comprender y que considero esencial en el cuidado.

Recuerdo que al final de ese último Señor Repecho, mientras seguíamos avanzando se empezaban a ver las puntas de los pinos, de a poquito aparecía el bosque y, en el medio, el lago más bonito que había visto en toda mi vida. Sus colores verdes, celestes y marrones eran hermosos. Por un momento se me fue todo el cansancio. Y lo único que sentía era alivio y felicidad.

Los caminos de la vida no siempre son fáciles pero siempre se pueden transitar. Ojalá podamos ser como mi papá, que entendió mi ritmo y me pudo acompañar.

La vuelta a casa te la dejo a vos.

Feliz viaje.

Cuidados sobre ruedas #2

Les vas a ganar

Ese sábado hermoso y soleado habíamos decidido conocer las “Grutas de los cuervos”. Quedaba bastante lejos de casa, pero a mis 11 años me encantaba hacer “locuras” en nuestras viejas bicicletas.

Él siempre me esperaba, se ponía a mi lado y me preguntaba:

—¿Vas bien?

—Sí, sí…

Y unos minutos más tarde:

—¿Vas bien?

—Sí…

Pero en un momento se dio cuenta de que la verdad es que yo no iba bien, nada bien…

Se paró, me esperó y, apenado, me dijo “Mirá, faltan 5 kilómetros y es todo subida. ¿Te parece si damos la vuelta?”

Me temblaban las piernas, los brazos, tenía sed y lo único que no tenía eran más fuerzas. Estaba tan cerca… pero no podía. Así que acepté y dimos la vuelta.

No hubo reproches ni gastadas. Solo palabras de apoyo para poder volver a casa a descansar.

Muchas veces decimos frases como “¡No te rindas!” “¡Tenés que luchar!” “¡Vos sos fuerte!” “¡No te desanimes!” “¡No te entregues!” “¡Le vas a ganar!”

Un paciente una vez me repitió más de diez de estas frases, que le habían dicho distintos familiares y amigos. ¿Y sabés qué me dijo? Todas le habían dolido.

Vivimos corriendo atrás de superarnos, crecer, avanzar y mejorar, pero a veces tenemos que aprender a acompañar cuando toca volver para atrás…

Cuidados sobre ruedas #3

¿Estás bien?

Uno solo conserva lo que no amarra.
Jorge Drexler

Me acuerdo clarito, como si fuera hoy… ¡Corría mi primera carrera de ciclismo! 

Capaz no te copan tanto las carreras de bici, pero esta te va a encantar: es que, además de ser la primera, tenía algo muy particular y era que mi familia me podía ver en directo y acompañar. 

Mi madre y mi hermana estaban ahí. Mamá miraba tan atenta como nerviosa. Quería que me fuera bien, pero no verme pasarla mal. 

Comenzó la cuenta regresiva y se largó. El primer kilómetro, muy ansioso, salí más rápido de lo ideal y en los siguientes lo empecé a pagar. Transpiraba mucho e iba perdiendo fuerza. Ahora la estrategia perfecta era solo rodar y dejar el tiempo pasar. 

La mujer que me dio la vida me estaba viendo… Yo estaba muy cansado, pero avanzaba. 

—¿Cuánto te falta? ¿Estás seguro que vas bien? 

—Sí, ma. 

Yo apenas podía hablar. Ella no podía verme así y tenía que hacer esa última pregunta. 

—¿Te querés bajar?

¿Saben que para quien está arriba de la bici el tiempo pasa distinto que para quien está abajo mirando? Hay gente que prefiere correr que acompañar, porque dicen que abajo de la bici se sufre más. 

No es fácil para la familia acompañar. Ven que el paciente no come como antes y está durmiendo más. Es muy referido por los pacientes que sienten cuando tienen o no tienen hambre y cuando el cuerpo les pide descansar. Pero la familia no siente, solo ve e intenta imaginar lo que puede llegar a pasar. Y este intento de comprender, ver y ayudar muchas veces es más sufrido y agotador que la propia realidad. 

Les toca la parte más difícil: mantener la calma, observar y dejarse guiar por su ser querido al que quieren cuidar.  

Yo me acuerdo que después de esa carrera no pude caminar por dos días, pero mamá se cansó más, mucho más. 

No es nada fácil este momento y por eso para nosotros, los equipos de cuidados paliativos, el paciente es tan importante como el familiar. Una de nuestras tareas es acompañarlos a confiar, a entender que les toca estar abajo de la bici, y a ver qué se puede hacer desde ahí y qué se les escapa, qué parte de la carrera no está en sus manos sino en el cuerpo y el corazón de quien aman. Dar lugar para que el otro pueda andar, correr, vibrar.  

Un abrazo grande, familia. 

FREDY OJEDA

Licenciado en Enfermería, Especialista en Cuidados Paliativos de adultos

Con una sólida formación en la Facultad de Medicina de la Universidad de la República del Uruguay, es exmiembro de la Comisión Directiva de la Sociedad Uruguaya de Medicina y Cuidados Paliativos y consultor de Uruguay en informes para la Organización Mundial de la Salud.

Su compromiso y pasión por la promoción de los cuidados paliativos lo llevaron a fundar Info Cuidados Paliativos Uruguay, que después de cuatro años de existencia se convirtió en Palife, una plataforma digital que impulsa la difusión y formación en esta disciplina.

Desde 2016, Fredy se desempeña en la Unidad de Cuidados Paliativos de la Sociedad Médica Universal en Montevideo, Uruguay.

Es autor del libro Un gusto conocerte, en el que comparte casos reales que resaltan la inolvidable importancia de los cuidados paliativos en la vida de los pacientes y sus familias.

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