DÍA MUNDIAL DE LOS CUIDADOS PALIATIVOS

¿Cómo vivimos nuestra finitud?

por María Eugenia Gasparý

12 de octubre de 2024

Quienes nos desempeñamos en el ámbito de la filosofía paliativa tenemos el privilegio de experimentar transformaciones, propias y ajenas. Tratamos con personas y su sufrimiento existencial en el contexto de enfermedades crónicas que amenazan la continuidad de su vida. Trabajamos aliviando el malestar e intentando derribar mitos que generan miedos y habilitando que circulen las palabras sobre la finitud humana. Idealmente, lo hacemos en equipos interdisciplinarios, a los que se suma el gran aporte de voluntarios y voluntarias. 

Estamos presentes, ofreciéndonos, acompañando, pero no pretendemos “resolver” porque no entendemos la muerte como “un problema a evitar”. Necesitamos una sociedad que incluya el proceso de morir, un sistema de Salud que no le dé la espalda al sufrimiento, y profesionales preparados.

«¿Cómo leerías un libro sabiendo que cada página, una vez leída, ya no tiene vuelta atrás, es decir, si no pudieras leerla dos veces? ¿Cómo elegís vivir tu vida, sabiendo que tus días no tienen vuelta atrás?»

Vivir la finitud

Cada muerte individual puede ser un acontecimiento privado, pero la mortalidad, como condición humana, no lo es. Cómo vamos a poder vivir nuestra mortalidad estará condicionado por el código social. Ya sea que hablemos conceptualmente de la muerte o que hablemos de la de los otros, inevitablemente estamos hablando de la propia. Pero nos cuesta muchísimo hablar de nuestra finitud, especialmente ahora que la moda imperante en nuestra cultura nos exilia de la reflexión sobre el tema. Incluso nos impulsa perversamente a desconocerla y postergarla, como si hubiera algún otro horizonte posible. Si lográramos hacerles lugar a estas conversaciones, corriéndolas del contexto trágico y sin esperar a que sea demasiado tarde, nos posicionaríamos frente a una gran oportunidad.

A pesar de que todos la reconocemos como denominador común, muchas veces pensar en la muerte es sentir una daga clavada en el centro de nuestro narcisismo, un golpe implacable al ego. Solo la consideramos conceptualmente hasta que nos toca vivirla de cerca o en primera persona, momentos que ameritan un acompañamiento multidisciplinar específico. 

Philippe Ariés plantea la “desculturización de la muerte” y dice que hemos perdido las pautas, los rituales y las referencias culturales que nos ayudaban. Vivimos como habiendo olvidado nuestra condición mortal. Antes, las costumbres acompañaban. Por ejemplo, sonaban las campanas frente a algún fallecimiento. Al escucharlas, se sabía que esas campanas sonaban por un otro pero también sonaban por todos.

Abrir conversaciones sobre este tema nos cuesta porque nos duele, pero lo vale. El sufrimiento que se refleja en la sociedad y en los profesionales de la Salud por la dificultad en aceptar la finitud de los pacientes complica el escenario. Por eso, es esencial una apuesta ética de trabajar sobre nosotros mismos, conociendo nuestras creencias y miedos, para no contaminar la escena clínica al acompañar los procesos de otros.

Hoy podemos empezar a acercarnos en charlas de café organizadas para tal fin, entre amigos, con la familia, educando a los niños en las escuelas. Sí, a los niños se les puede hablar de la muerte, es decir, se les puede transmitir el amor por la vida a través de enseñarles que tiene un final. No morimos por hablar de la muerte; morimos por haber nacido y estar vivos.

La vulnerabilidad como recurso exquisito

Vivimos en una sociedad en la que pareciera que no se tolera la tristeza ni los procesos de reconstrucción subjetiva que exceden la inmediatez. Aunque lo verdaderamente triste es ser una sociedad que calla y oculta lo que renguea y no marcha lindo.

Hasta el duelo pasó al orden de lo privado (cuanto menos visible, mejor). Nos venimos alejando tanto de lo esencialmente humano que no recordamos que el duelo no sólo es normal sino necesario si pretendemos recuperarnos de una pérdida.

A pesar de nuestra esencia olvidada, tenemos la posibilidad de trabajar en nosotros mismos, visitando nuestra propia vulnerabilidad, conociéndola y conociéndonos,  enterándonos de que estamos hechos de la misma pasta del que sufre, que la vida está muy bien organizada y que tiene un boleto para todos. Además de las tradiciones de sabiduría, existen prácticas que facilitan domesticar el miedo y las resistencias.

De a poco sucede una apertura, que va llegando a donde antes había solo negación. Vienen publicándose en revistas científicas, como The Lancet Commission, reportes donde se le da valor a la necesidad de una nueva visión sobre la muerte y el duelo. Se plantea el morir como un proceso relacional y espiritual más que como un simple evento fisiológico. 

Una sociedad que pretenda ocultar la vulnerabilidad humana es una sociedad deshumanizada. No tenemos por qué temerle, no solo porque es condición de nuestra existencia sino porque es, a su vez, condición de posibilidad de reconstrucción, de resiliencia. Desculturizar la muerte aumenta el sufrimiento. La apuesta es humanizarla y recuperarnos como seres amables, con amabilidad, y capaces de amar y ser amados.

* * *

María Eugenia Gasparý

María Eugenia Gasparý

Psicóloga paliativista

Egresó de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) con formación psicoanalítica y trabajó muchos años en Psicooncología hasta que la vida, siempre generosa, le propuso una cita con los Cuidados Paliativos. Los elige y allí se instala.
Es miembro y docente del Foro Iberoamericano de Espiritualidad en Clínica (FIEC), coordinado por Enric Benito.
Su práctica clínica la desarrolla en consultorio, internación y domicilios de pacientes.
Disfruta del silencio aunque las palabras son sus mejores amigas.
Se siente convocada por el arte y la naturaleza.
Vive en Rosario.
Transmite y se comparte desde su sitio web www.vidayfindevida.com.ar
mariaeugeniagaspary@gmail.com

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